Un hombre como Fidel Castro debió ser ignorado, burlado y puesto en su lugar antes de que su nombre se hiciera conocido. El nombre Fidel Castro nunca debió figurar en ningún libro de historia y muchísimo menos en libros de texto en manos de niños que deberían aprender del amor y respeto por la vida y la libertad.
Pero ya se le dio a Castro un lugar que solamente debió ser reservado para verdaderos héroes. Es tarde para lamentarse y ahora su figura ya no puede ser tomada a la ligera y mucho menos ser ignorada como lo hubiera merecido. Su nombre ya forma parte de la historia, y de la mente y piel tatuada con su rostro de demasiadas personas. Ahora, sólo nos queda desenmascararlo y arrancarle ese falso halo de héroe que logró robar; sólo queda mostrarlo desnudo frente a quienes deseen ver la verdad y hacer lo imposible para que no se convierta en un mito como en el que se transformó otro villano de su calibre: el Che Guevara.
No hay espacio suficiente en esta columna para mencionar los atropellos y violaciones a la vida, libertad y propiedad que cometió Fidel Castro durante su existencia. Cualquiera que haya tenido el chance de visitar Cuba o charlar con los miles de balseros cubanos que lograron llegar a la costa de Miami podrá obtener suficiente evidencia, además de los macabros relatos de sus crímenes; y si no, con únicamente googlear el tema, encontrará centenares de conexiones entre las palabras “Castro” y “muerte”.
¿Cómo ignorar esto? ¿Cómo cerrar los ojos? ¿Cómo enterrar la cabeza frente a una realidad tan cercana? ¿Puede ser que todo sea un invento? ¿Que sea mentira que más de setenta mil cubanos se hayan lanzado a un mar lleno de tiburones en una precaria balsa para poder escapar? Dicen que no hay mejor sordo que el que no quiere oír, ni mayor ciego que el que no quiere ver. Ahora ¿Por qué alguien querría pasar por alto una verdad que nos da cachetadas diarias para llamarnos la atención? Mi respuesta es: por inmoralidad o por cobardía. Sólo alguien tan inmoral como Castro desearía encubrirlo, o un cobarde que no tiene la audacia de pararse frente a la multitud y gritar “El Emperador está desnudo”.
La muerte de Castro en noviembre de 2016 me trajo más desilusión que alegría cuando pude leer la reacción de los políticos del mundo ante la noticia. Por supuesto, no podía esperarse otra cosa que los patéticos halagos de seguidores como Nicolás Maduro, Evo Morales, Rafael Correa, Michelle Bachelet, Piedad Córdoba, Dilma Rousseff, Vladímir Putin o del líder norcoreano Kim Jong-un.
Pero, ¿Y el resto? El resto no respondió mucho mejor. Desde melosos comentarios del Primer Ministro de Canadá: Justin Trudeau, hasta días de duelo en varios países de la región (incluyendo en la provincia de San Luis de mi natal Argentina), pasando por los mensajes tibios y políticamente correctos de los entonces presidentes Pedro Pablo Kuczynski (Perú), Juan Manuel Santos (Colombia), Mauricio Macri (Argentina), entre otros.
La muerte de Castro sacó a la luz a inmorales y a cobardes, y esto debería prevenirnos. Deberíamos tomar las reacciones de los políticos como una alarma de sus verdaderas intenciones de “ideología”, “agallas” e “integridad”. Deberíamos leer y releer los mensajes que mandaron por su muerte, porque dicen mucho de sí mismos y de su respeto por los derechos individuales.
Dos frases me vinieron a la memoria después de esto. La primera es de Martin Luther King: “Lo que me preocupa no es el grito de los malos, sino el silencio de los buenos. Ciertamente la esclavitud no se abolió por el silencio y tibieza de los esclavos”.
La segunda frase es de mi madre filosófica, Ayn Rand: “En cualquier compromiso entre comida y veneno, únicamente la muerte puede ganar”. Lo que significa que entre la libertad y la tiranía, también solo ganará la muerte. Cuando negociamos con un tirano como Castro, estamos dándole la espalda y burlándonos de todos aquellos que dieron su vida por ser libres.
Y a los que digan que los políticos deben ser siempre “diplomáticos” y enviar sus condolencias, permítanme decirles que la vida, la libertad y la dignidad de las personas no se defienden con corrección política, sino con los pantalones muy bien puestos y con muchísima honestidad intelectual. Ante un juicio moral no necesitamos políticos, necesitamos varones y mujeres a los que no les tiemble el dedo ni la voz para señalar la injusticia y denunciarla como tal.
Estoy lejos de pensar que algún político es o fue un héroe, pero tengo la obligación de al menos reconocer tres mensajes que valieron la pena en su momento: el del expresidente de los Estados Unidos Donald Trump, quien señaló a Castro como “Un dictador brutal que ha oprimido a su propio pueblo”; el del senador republicano Marco Rubio que dijo que “La historia no absolverá a Fidel Castro; lo recordará como un mal, un dictador asesino que infligió miseria y sufrimiento a su propio pueblo”; y el del senador demócrata por Nueva Jersey Bob Menéndez, que creyó que “La muerte de Fidel Castro será beneficiosa para la apertura de la isla a nuevas oportunidades”. No en vano los Estados Unidos se ganó alguna vez el nombre del hogar de los valientes. En el resto del mundo, la inmoralidad del virus socialista y la cobardía de la corrección política populista sólo le envió elogios a la tumba del asesino.
Termino con una última frase, esta vez del cubano José Martí:
Mi sueño con el día en el que nuestros hermanos cubanos se negaran a seguir pidiendo permiso ¡Al parecer ha llegado! Desde ya, les envió flores en nombre de quienes amamos la libertad.