Cuando decidí empezar mi vida sexual lo primero que hice fue ir al ginecólogo para buscar un buen método anticonceptivo, uno que se ajustara a mi cuerpo y mis necesidades: mi talla, mi peso, mis ciclos menstruales antes de la planificación –que a Dios gracias eran regulares–, la frecuencia de mis encuentros sexuales, entre otros. Y aunque había un montón de métodos que llamaron mi atención, al final me decidí por el que resulta más común entre las mujeres primerizas: ¡Hola pastillas anticonceptivas! La píldora, el símbolo de la revolución sexual, el hito del feminismo que permite desde hace poco más de sesenta años que cientos de millones de mujeres en todo el mundo eviten un embarazo no deseado. El signo del control y la autonomía sobre nuestros cuerpos: del “empoderamiento”.
Los primeros seis meses me sentaron de maravilla, fueron una bendición: sentía la piel más limpia y sana, me sentía más animada, empecé a notar cambios en mi cuerpo como el hecho de que el vello empezó a salir más delgadito y la depilación duraba más ¡Qué dicha no tener que usar tanto la cuchilla! Tal vez el único cambio drástico que experimente al principio es que mi apetito comenzó a crecer… y como sabía que era algo normal no le puse mucha atención y me dedique a disfrutar de los beneficios de la pastillita mágica de color rosa. Pero hace aproximadamente cuatro meses mi cuerpo empezó a resentir las hormonas sintéticas: náuseas, sangrados por deprivación constantes por fuera del periodo de descanso, dolor de cabeza, estreñimiento, golpes de calor muy fuerte. Yo ya soy sensible, pero todo me producía llanto; era como si no tuviera control ni de mi cuerpo ni de mis emociones ¿Eso es lo que debemos experimentar todas las mujeres si aún no queremos ser mamás o si no deseamos serlo nunca?
Tengo que decirles la verdad y no sé si era producto del desorden hormonal en sí mismo, pero sentí rabia. Sentí rabia de saber que todo el peso de la planificación en la mayoría de los casos estaba a cargo de nosotras. Muchas mujeres encuentran en la píldora el principal método para usar con su pareja o parejas, ya sea porque es el único, el primero que conocen, lo encuentran más confiable o porque es el insuperable que aparentemente no es tan invasivo como otros métodos hormonales. Sólo hasta que lo experimentas puedes comprender cuál es el espectro de emociones y cambios físicos que atravesamos las mujeres. Yo no les creía a mis amigas cuando me contaban todos esos efectos secundarios y pensaba que estaban exagerando. Ahora, si me leen, me disculpo.
No saben cuánto extraño mi ciclo menstrual: mi cuerpo de antes. Es cierto que mi pareja siempre se cuida, que me entiende y me acompaña, que respeta mi proceso y apoyará lo que yo decida. Es verdad que la solución óptima en este momento es acudir al médico y cambiar de método, pero en el fondo siento miedo: estoy en la búsqueda de un método no hormonal. Sinceramente pensar en el implante subdérmico o en el anillo vaginal me dan el mismo dolor de cabeza que siento cuando pienso en las pastillas anticonceptivas. Está claro que el grado de libertad y supremacía con el que algunos cuerpos pueden experimentar su sexualidad no es el mismo que en otros, sobre todo si hablamos de la diferencia entre los cuerpos de los varones y las mujeres. Y ese hito en la sexualidad que significó revolución hoy lo siento más desigual que nunca.
¿Y ustedes, que experiencias han tenido con la píldora? ¿Tienen algún consejo para mí?
NOTA:
Este artículo apareció por primera vez en el Blog Las Malcogidas.