EL RELATIVISMO DE LA VERDAD: DECONSTRUIR, MITIFICAR Y RESIGNIFICAR

Nkali es una voz sustantiva de la etnia igbo en Nigeria que literalmente traduce “ser más grande que el otro”. Para esta comunidad tribal, la verdad se define por el significante y el significado que convergen en el principio de Nkali: quién lo cuenta, qué se cuenta, cómo se cuenta, dónde se cuenta y hasta cuándo se cuenta. Entonces, el poder, entre otras aristas, no sólo se traduce en la capacidad de contar la historia del otro, sino de hacer que esta se convierta en verdad única y absoluta.

Cuesta creer que esta etnia de unos 18 millones de personas –que habita el suroriente de Nigeria, en lo que alguna vez fue la República de Biafra– contenga en su sabiduría popular un axioma que han desarrollado intelectuales de otras culturas más estructuradas, por así decirlo. La correlación entre poder y verdad aparece en la prolija obra de pensadores de Oriente y Occidente como Friedrich NietzscheAndré MauroisMourid BarghoutiAndré Gide y Peter Alexander Ustinov.

Los sabios ancianos igbo, al igual que esta pléyade de intelectuales, llegaron a la inequívoca conclusión de que la verdad es un asunto de poder. Dicho en otras palabras, quien detenta el poder, por “ser más grande que el otro”, decide qué es verdad y qué no. Esta es una constante que ha estado presente en todas las sociedades del planeta ayer, hoy, mañana y siempre.

EN EL PAÍS DEL REALISMO MÁGICO

Colombia no es la excepción a esta regla universal. De ahí que en el país se está gestando desde hace un par de décadas una lenta, pero progresiva y casi imperceptible reconfiguración de nuestra verdad como nación. Para operar este cambio, el poder se ha combinado convenientemente con tres herramientas claves: deconstruirmitificar y resignificar.

Tal situación se evidencia especialmente en el seno de algunos mecanismos transicionales que nacieron tras los “Acuerdos de La Habana”. Tanto la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) como la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV) tienen el poder de reescribir la historia del conflicto armado interno que agobia a Colombia, como en efecto lo están haciendo. Parafraseando a Gide, “[…] Cree a aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado.

En ambos organismos se adelantan procesos de deconstrucción, bien sea de las certezas jurídicas esperadas para un “Tribunal de Paz” (verdad judicial) o de la verdad que se decante en la Comisión en procesos encaminados a “deshacer analíticamente algo para darle una nueva estructura”. Por ejemplo, en la JEP se da en el abordaje de los macro casos 03 (homicidios en persona protegida o erróneamente llamados “falsos positivos”) y 07 (reclutamiento forzado de niños y niñas); en la CEV, a través de la construcción de narrativas para ensalzar el rol de la mujer en las guerrillas (observen el video clip Insurgentas) o para expiar la responsabilidad de los cabecillas farianos con relación a graves crímenes de guerra (caso Operación Berlín), entre otros ejemplos.

Como asegurara Nietzsche, “todo está sujeto a interpretación”, por lo que “[…] la interpretación que prevalezca en un momento dado es una función del poder y no de la verdad”. Desde esta mirada, resulta obvio que los regentes de ambas corporaciones (el magistrado Eduardo Cifuentes Muñoz y el cura “Pacho” de Roux) encontraron la respuesta a la pregunta “¿Y el poder para qué?” que formulara Darío Echandía el 9 de abril de 1948, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.

Por su parte, la mitificación –que no es nada distinto a convertir un lugar, suceso, cosa o persona en mito– es hábilmente utilizada por aquellas organizaciones contestarias, en gran medida de origen sindical como la Federación Colombiana de Educadores (FECODE). Se estila, verbigracia, en casos emblemáticos de evidentes excesos en el uso de la fuerza por parte de agentes del Estado. La lista seguramente incluye los episodios de homicidios en persona protegida, las cuestionadas actuaciones del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) o los homicidios del grafitero Diego Felipe Becerra, de Dilan Cruz o del estudiante de derecho Javier Ordóñez, endosables a uniformados de la institución policial.

Aquí la idea es capitalizar fallas en el servicio como en los casos enunciados en el anterior párrafo, a fin de universalizar la idea de que el establishment y sus agentes son enemigos naturales del ciudadano. El propósito es promover un nuevo orden social y reconfigurar el statu quo. La masa desinformada e inconforme por innegables causas objetivas –valga la aclaración– es presa fácil de los “Flautistas de Hamelin” que promueven estos imaginarios.

La resignificación es otra arma que se esgrime en esta batalla de ideas. En los procesos arropados bajo las banderas de reivindicación social, se enfoca en aquellos sucesos, situaciones, personas, lugares o cosas que representan símbolos del poder en ejercicio. El mejor ejemplo es la Plaza de Bolívar en Bogotá, lugar de convergencia de cuanta jornada de protesta se registra en el país, dada la representatividad de las instituciones que confluyen en su contorno y entorno.

Pero quizás el episodio de más reciente recordación tiene que ver con el derruido Monumento a Los Héroes. Este espacio de memoria de la gesta del “libertador” sufrió en los últimos tres o cuatro lustros procesos de resignificación. El abandono del que fue objeto por parte del sector Defensa lo arrojó en los brazos de las sucesivas administraciones de izquierda de Bogotá, a tal punto que durante el gobierno de Gustavo Petro, a saber, se realizaron en sus salas internas exposiciones culturales y artísticas condenando violaciones a los derechos humanos atribuidas a las fuerzas militares y a la Policía Nacional. Imagino que pocos conocían tal uso del monumento, que quizá explica por qué éste se convirtió en epicentro de la protesta social capitalina a partir de 2018.

En esa misma línea, los hechos que rodearon los ataques a las estatuas de Sebastián de Belalcázar en CaliGonzalo Jiménez de Quesada en BogotáFrancisco de Paula Santander en Popayán y Cristóbal Colón en Barranquilla, ilustran también la universalización de esta tendencia –una especie de “Primavera Árabe” a la criolla– como quiera que este tipo de acciones son una vulgar réplica de movimientos sociales foráneos.

Es de anotar que la deconstrucción, la mitificación y la resignificación, pueden emplearse de manera simultánea o por separado y de forma consciente o inconsciente. Eso sí, el fin último siempre será imponer un nuevo y absoluto modelo político e ideológico. En palabras de Milan Kundera:

[…] Para liquidar a los pueblos se empieza por privarlos de la memoria. Destruyen tus libros, tu cultura, tu historia. Y alguien más escribe otros libros, les da otra cultura, inventa otra historia; después de eso, la gente comienza a olvidar lentamente lo que son y lo que fueron. Y el mundo que te rodea se olvida aún más rápido.

En este orden de ideas, me resulta bastante curioso que los colombianos nos horroricemos al ver las imágenes de los talibanes quemando libros como en el filme sesentero basado en la obra homónima Fahrenheit 451 y cuando destruyen milenarias ruinas arqueológicas en Afganistán –como en el pasado observamos estupefactos las fotografías de los nazis arrasando con todo aquello que representara vestigios de la nación judía en AlemaniaPolonia y el resto de la Europa ocupada– pero permanecemos impávidos cuando hechos similares se registran en la Colombia del ahora.

El facilismo lleva a muchos pseudo-pensadores criollos a responsabilizar de esta debacle a las corrientes políticas de izquierda, pero muchos enquistados en cada uno de los poros de nuestra sociedad. Ante la zozobra y la ausencia de la luz de la investigación y el conocimiento, sale a flote la condición humana de crear grandes monstruos a fin de responsabilizarlos de nuestros males y desgracias: Petro, Cepeda, Maduro, Soros, Putin, Cuba, FECODE, y el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, entre otros. Claro que no soy tan estúpido e inocente como para no entender el rol que estos individuos y organizaciones han cumplido y pueden cumplir en estos procesos, pero no en la magnitud de los fervorosos de teorías conspirativas que aún creen que Colombia es el ombligo del mundo. Me preocupa más la desidia institucional y ciudadana ante este maremágnum que amenaza con sofocar nuestra frágil democracia. Por lo pronto, comparto el pensamiento del ensayista y novelista francés André Mourais, quien sentenció “Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa”.

SOBRE EL AUTOR:

José Obdulio Espejo Muñoz: Comunicador Social y Periodista de la Universidad Central, con Especialización en Derecho Internacional de Conflictos Armados de la Universidad Externado de ColombiaOficial en retiro del Cuerpo Logístico del Ejército Nacional. Columnista en distintos medios.

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