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Sobre esto, profundicé en uno de los últimos videos que colgué en mi Canal de YouTube.
En las recientes elecciones presidenciales, los chilenos observamos a los candidatos de segunda vuelta dar el mismo giro psicológico: ambos abandonaron el rugido del león para, haciendo uso de la astucia de la zorra, atraer a un votante menos ideologizado que, supuestamente, se conmueve con la épica del diálogo y de los acuerdos. Es Maquiavelo quien le recomienda al príncipe ajustarse siempre a las circunstancias para conseguir el éxito político. Así, ante la pregunta sobre la conveniencia de ser zorra o león, el florentino responde que el gobernante debe saber elegir ambos. Ello significa que no puede ni debe “guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa.” Como todo buen analista de los rasgos psicológicos que caracterizan a quienes entran al juego político, Maquiavelo sabe que el príncipe sólo podrá traicionarse a sí mismo si tiene una justificación moral. Así somos la mayoría de los seres humanos ¿y cuál es la justificación? En sus palabras: “Si los hombres fueran buenos, este precepto no sería correcto, pero –puesto que son malos y no te guardarán a ti su palabra– tú tampoco tienes por qué guardarles la tuya” . Analicemos cómo afectó el giro del león a la zorra que realizaron el recientemente electo Gabriel Boric y su contendor José Antonio Kast.
Si respondemos a la pregunta teniendo a la vista los resultados, está claro que Boric con un 55,9% acertó en su decisión de ser como la zorra. La astucia que lo llevó al poder consistió en entregarse a sí mismo. ¿A quién? A la vieja guardia concertacionista que disfrazó de bueno al joven de personalidad exuberante, revolucionaria y mesiánica. En la escena política surgieron entonces los titiriteros y ventrílocuos que, en dos semanas, cambiaron desde el peinado del candidato hasta su discurso y actitud. No asistió más a debates en los que quedara expuesta su inmadurez, ignorancia e incapacidad. Tampoco hubo más intervenciones espontáneas. Donde podían instalar un teleprónter con las respuestas, lo hicieron. En las pocas ocasiones en que debía pensar por sí mismo contaba con un estudio previo y exhaustivo de discursos articulados para llegar incluso hasta los oídos de sus acérrimos enemigos con el venenoso engaño político. Dos ejemplos notables fueron su intento por amigarse con las fuerzas de Carabineros y con el mundo religioso que el joven desprecia al punto de haber apoyado la violencia que dejó miles de estos heridos y decenas de iglesias quemadas desde el 18 de octubre de 2019. La nota de humor involuntario se produjo cuando, en el marco de su supina ignorancia, habló de haber leído con mucha atención el “Evangelio de San Pablo”. Sin embargo, se diga lo que se diga, la estrategia funcionó y el revolucionario probó una docilidad ante la demanda por moderación que persuadió a muchos de una sensatez, la cual estará a prueba desde marzo en adelante –cuando este joven sin título universitario que nunca ha trabajado fuera de los salones políticos– asuma el cargo de Presidente de la República de Chile.
En el caso de Kast, el abandono del león que rugía por una recuperación del orden público y de la libertad del mercado por el fortalecimiento de la institucionalidad, de la familia y de la libertad individual, no parece haber tenido ningún efecto positivo. Sobre todo, si consideramos que su votación es la misma que obtuvo el general Pinochet en el plebiscito de 1989. ¿Por qué el consejo de Maquiavelo funcionó con el joven revolucionario y no con el candidato de la cordura, la experiencia y la moderación? Parafrasear la campaña de Bill Clinton (1992) parece ser la forma indicada de responder: “es la cultura, idiota…”
No hay un modo más claro de entender el resultado de las elecciones en Chile que reconociéndole la victoria a Antonio Gramsci. Es el filósofo italiano quien nos enseña que, en una sociedad con ciertos niveles de desarrollo, la guerra de maniobras promovida por Lenin es inútil. No es la captura del Estado el objetivo, sino la hegemonía cultural que legitima el poder del Estado. Una vez que la contra-hegemonía ha logrado imponerse se torna necesaria la transformación del Estado. El cambio se produce desde el rol protector ante las invasiones externas y reguladoras de las interacciones de los ciudadanos a través del monopolio del uso de la fuerza y de la vigencia del Estado de derecho, a la emergencia de un Estado cultural. Es así como el consentimiento espontáneo de las grandes masas se vuelca a favor de la izquierda totalitaria.
El análisis anterior, aterrizado al caso chileno, señala tres grandes transformaciones que parecían ir en la línea del modelo social de mercado y el desarrollo, pero terminaron por establecer las condiciones para el triunfo del discurso contra-hegemónico. Primero, el aumento significativo de la cobertura en educación y la extensión de la jornada escolar completa parecía una buena solución para el analfabetismo y la necesidad de las mujeres de incorporarse al mundo laboral. Aunque, lo que sucedió en realidad, fue que los jóvenes cortaron sus lazos con la familia y quedaron en manos de un currículum escolar diseñado por la vanguardia gramsciana. De ahí que hoy sea esa la generación que salió en masa a votar por aquel con quien se identifican.
El segundo hito –los tres se entretejen en paralelo– fue la entrega que la derecha hizo a la izquierda de toda iniciativa artística y cultural. Como si el trato hubiese sido, “ustedes con la cultura, nosotros con los negocios”. Hoy, intentar desmantelar la captura que la extrema izquierda ha hecho de los recursos estatales y municipales a través del arte, la educación y la cultura es una tarea de proporciones titánicas. No sólo por el amiguismo y la red de privilegios que ha tejido con la derecha tradicional, sino además porque prácticamente no existen artistas que los reemplacen. Ello se debe a que, durante generaciones, las carreras universitarias asociadas al arte y a la cultura han estado en manos de la vanguardia que se ha preocupado eficientemente de extirpar cualquier brote de pensamiento libre.
Finalmente, el tercer cambio cultural lo encontramos en la legitimación de la violencia como medio para la consecución de fines políticos. Fue la misma generación del Presidente recién electo, la que al olfato de las molotov, la destrucción y la sangre, mostró sus colmillos a la élite política y logró destronarla.
“Está cebado” dicen en el campo para referirse a depredadores que le han tomado el gusto a la carne fresca de los animales domésticos y se han aficionado a ella. Esperemos no sea el caso de la nueva generación que llega al poder en Chile convencida de que la violencia es parte del juego político.
Este artículo apareció por primera vez en el Blog de Fundación Disenso.
SOBRE LA AUTORA:
Vanessa Kaiser: Es periodista titulada de la Universidad Finis Terrae y doctora en Filosofía y Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Durante los últimos años ha desarrollado su carrera académica convirtiéndose en directora de la Cátedra Hannah Arendt de la Universidad Autónoma de Chile y, de forma paralela a su labor docente e investigadora, es una divulgadora muy activa de las ideas liberales a través de su columna en el portal chileno El Líbero y de su trabajo como directora del Centro de Estudios Libertarios. Es, entre otras, concejal por la Comuna de Las Condes (Santiago Chile).
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