Una de las más grandes lecciones de Lacrónica, libro escrito por el periodista argentino Martín Caparrós, es que nunca el deber de un periodista es revelar toda la verdad. Esa premisa parte de un silogismo interesante. La objetividad es difícil de lograr, puesto que en el momento mismo en el que escogemos de qué hablar y cómo titular, empezamos a caminar el sendero de la subjetividad. Además, nunca podremos alumbrar con luz definitiva las conclusiones incuestionables en ningún caso para arrogarnos la verdad absoluta como conclusión de nada.
Luego, el camino no es revelar la verdad de forma determinante, porque ni los filósofos más importantes de la historia pudieron hacerlo. El camino es entonces, acercarnos a la verdad con el escenario más completo posible y decir transparentemente que esto es lo que hemos podido encontrar en el proceso con rigurosidad desde la subjetividad natural e imbatible, dice Caparrós en un parafraseo.
Sin embargo, parece que lo que ha pasado en los últimos días y meses, ya no desde los periodistas que estamos llamados a cuidar y velar por la exactitud, sino de quienes creen que por limitarse a poner trinos hacen periodismo, es el acercamiento más completo posible a la mentira. Y sin transparencia.
El fenómeno de las noticias falsas no es nativo en Colombia, como suelen serlo todas nuestras malas prácticas: el barrismo radical que implementa la violencia, el intento de proteccionismo de los mercados, y los falsos profetas que ilusionan con riqueza e igualdad absoluta sin explicar las fuentes de recursos; las fake news son una emulación más de estrategias que probadamente han funcionado en otros lugares del mundo.
Y funcionan porque el capital del populismo está a la mano en las redes sociales. En Twitter o en Facebook, y cada vez más en TikTok e Instagram, se puede mentir de forma masiva y lograr efectos sin que haya sanciones reales.
El problema es que este capítulo tiene varias etapas. Las noticias falsas no son solo noticias que se hacen pasar como material informativo y que corresponden a mentiras fabricadas. Las noticias falsas también tienen que ver con la desinformación y esta, a su vez, está relacionada con la sobre simplificación de la vida que busca siempre la indignación. Unas veces sin comprender o querer comprender la complejidad de los hechos, y otras por ignorancia. Finalmente, están las opiniones pagas que, en investigaciones independientes, quedaron expuestas. Trinos que empresas les sufragan a influencers para campañas políticas o promocionar columnas de opinadores que quieren volverse influyentes.
Todas estas estrategias son graves y generan impacto en detrimento de la democracia. Por ejemplo, durante el Paro Nacional que comenzó el 28 de abril de 2021 y que duró aproximadamente un mes y medio, sucedieron cosas muy graves y puntuales, aparentemente, desde las fuerzas del Estado; los casos de Marcelo Agredo, Santiago Murillo, Elvis Vivas, Nicolás García y otros jóvenes que nunca debieron morir y cuyos casos aún están siendo investigados.
Me refiero a casos puntuales porque estos son algunos de los que, en su momento, reunieron más evidencia técnica para sugerir responsabilidad de funcionarios del Estado. Se presentaron además, numerosas agresiones sexuales que no pueden ser tolerables; y para esos casos, cuando está probado que los responsables han sido policías, no debe haber atenuantes. Tiene que expresarse la indignación de los ciudadanos porque lo contrario sería la normalidad ante la barbarie.
Pero del otro lado, el aprovechamiento del caos para mentir fue el más grave que ha ocurrido en Colombia hasta ahora. Ataques a una cadena de almacenes, ambulancias y bancos por noticias falsas; sugerencias de casas de pique y descuartizamiento a jóvenes en el Valle del Cauca por parte de la Policía; asesinatos que parecían serlo en videos masivos que no ocurrieron; y sindicaciones de responsabilidad y escenarios espurios sin que quienes denunciaron, hubieran también, tomado el teléfono para hacer una llamada y corroborar. ¿Qué ocurre después? El escalamiento de la violencia.
Para terminar la sobre simplificación. El error es creer que la realidad se explica en blanco y negro y que todo es muy bueno o muy malo. Resulta que la complejidad de un país como el nuestro exige complejidad en las explicaciones. Para eso hay que preocuparse por entender lo que pasa de una forma que sea completa y luego traducirla a la ciudadanía. Hoy existe toda una nueva generación del periodismo, de la que yo hacía parte hasta hace algunos años, que está enfáticamente preocupada por llevar las banderas del contra-poder, el anti-establishment y la indignación. Eso es legítimo, pero hay otro deber del periodismo que para ciertos momentos de la historia es más importante: saber comprender y saber contar.
Eso, en un momento de violencia exacerbada y en el preludio de las que pueden ser las elecciones gubernamentales más determinantes de todos los tiempos, es más importante que el rotundo contra-poder hacia quien se presume enemigo a ser alumbrado. En ese o en cualquier propósito para hacer periodismo, hay que tratar de entender la verdad de la forma más completa posible partiendo de la premisa, como explica Caparrós, de que nunca podremos decir que tenemos la verdad absoluta de ningún hecho o fenómeno, sino algo que se puede acercar.
Excusas por las veces en las que me he equivocado como periodista en la persecución de ese fin.
NOTA:
Este artículo apareció por primera vez en Lecturas con Santiago Ángel – Blogs El Tiempo.