En los gobiernos populistas, los líderes son los únicos que “viven sabroso”. Eso no los diferencia mucho de la casta política que pretenden reemplazar, salvo por una exclusiva característica: que son depredadores; devoran los derechos de todos los ciudadanos en nombre de la “justicia social”, el “bienestar general” u otros términos carentes de significado. Los lideres populistas no tienen una relación lógica entre sus discursos y sus acciones, así como sus seguidores no tienen una relación lógica entre lo que les beneficia como ciudadanos y lo que votan; evidencian una fehaciente dificultad de diferenciar las intenciones de los resultados de las decisiones del líder, entre muchos motivos, por la incapacidad de la autocrítica como movimiento y la carencia de individualidad. La vocación de suicidio del latinoamericano desembocará en dos opciones: o los latinoamericanos cambian, o la catástrofe cambiará a los latinoamericanos.
En Cuba, el fallecido dictador, Fidel Castro, fue uno de los hombres más ricos del mundo, condenando al pueblo cubano al atraso del socialismo; un país con un 90% de pobres, mientras él disfrutaba de las vanguardias del capitalismo. A los cubanos se les prometió autonomía, dignidad y derechos, pero hoy son esclavos del gobierno; dejaron de ser una “colonia yanki” para convertirse en un centro de pobreza, atraso y autoritarismo que vive de las limosnas de los yanki que van a vacacionar –irónicamente–.
En el vecino país, Venezuela, les prometieron autonomía, igualdad y desarrollo para el pueblo, mientras el anti-pueblo, encarnado en los EEUU y sus siempre malvados intereses e injerencias, querían arrebatarles sus recursos naturales. El líder le vendió el país a los chinos, rusos y árabes, y expropió empresas y transformó drásticamente la vida del pueblo en un lapso de once años. La pobreza en Venezuela pasó de un 9% en 2010 a un 76% en 2021 (Fuente AQUÍ); todos se hicieron más pobres, a excepción del líder, Hugo Chávez, cuya familia logró acumular una fortuna de 1.800 millones de dólares.
Los colombianos están al borde de caer en las garras de un depredador populista. Uno que opera igual que los de las otras dictaduras bananeras que destruyen el tejido social y empresarial, luego como sanguijuelas desangran la riqueza del país, y mueren uno tras otro sin dejar nunca el poder. Muchos se dirán como consuelo a sí mismos que el tiempo es diferente, que este líder es diferente y que esta vez sí va a funcionar; y es que, en cada generación, siempre hay un selecto grupo de idiotas convencidos de que el fracaso del socialismo se debió a que no lo lideraron ellos (Javier Cepeda).
Que sí ¡Petro es populista! y aunque el término populista agote cualquier tipo de definición exhaustiva, en un análisis simple: es cualquier movimiento multiclasista que comparte un reclamo de derechos colectivos que chocan con un enemigo imaginario o exagerado, y que encuentra una falsa legitimidad en la raza, en la nación, o en los valores que dice defender, pero que, paradójicamente, está ligado a cierta forma de autoritarismo encaramado generalmente en un líder mesiánico.
Las consecuencias que el colectivismo deja no son fáciles de saldar. La hiperinflación, la destrucción del tejido social y familiar (producto de la migración), la proliferación acelerada de la delincuencia y el expolio a gran escala, no son cuestiones que se arreglan de un plumazo. En cualquier balance medianamente prudente se entenderá que el costo es muchísimo mayor al beneficio. La inviabilidad de la planificación central está sobre-diagnosticada.
Conocer el pasado es el principio de lucidez para verificar la verdad o la mentira de los hechos presentes.
Hay dos cosas que no debemos olvidar. La primera es que siempre podemos estar peor; votar por un candidato peligroso para castigar a la casta política es un tiro en el pie. La segunda es que en los gobiernos populistas solo el líder vive sabroso a costillas del pueblo.
No se trata de una cuestión inocua. El surgimiento del colectivismo no solo afectará a “los de derecha” o “a los ricos”, ¡nos afectará a todos! e impedirá a los pobres salir de la pobreza y a los ricos crear más riqueza.