Un proverbio chino, reforzado por el siempre sagaz Sir Oscar Wilde, dice: “ten cuidado con lo que deseas, puede que se vuelva realidad”. Y eso es exactamente lo que se puede comprender de la entrevista que Gustavo Petro dio al medio El País el pasado 25 de febrero.
Pero aquí no voy de revanchista, soltando el característico “¡Ja, Ja!” del personaje de Nelson en Los Simpson. Ciertamente, tal vez por la madurez que llega al acabarse el fulgor político con el que la mayoría comenzamos el activismo, o por el simple hecho de mantenerse alejado del cuadrilátero 24 horas que son las redes sociales, quiero en esta ocasión rescatar cinco grandes lecciones, ejemplificadas en cinco frases destacadas de la entrevista, para todos aquellos ambiciosos del poder público y político.
1. “SER PRESIDENTE ES DE UNA INFELICIDAD ABSOLUTA”
La imagen que se muestra al segundo 9 del video describe con toda majestuosidad el costo físico de ser el presidente de un país tan complejo como Colombia. Encorvado hacia adelante, con los brazos cruzados al punto de parecer incrustados e inamovibles, la cabeza ligeramente ladeada a su derecha, con mirada extraviada y un rostro fijo, marcado a la fuerza por el cansancio, se ve un Petro acabado e infeliz.
Y no, no es una afirmación peyorativa que busca patear al caído. Es un hecho tan innegable sobre su estado físico como el afirmar que el sol quema. Y es que no hay nada óptimo para envejecer con rapidez que el intentar –término que contextualizaré después– dirigir un país que vive una crisis humanitaria entre cada suspiro.
El costo físico del poder significa, en mis cuentas alegres, un envejecimiento prematuro de 10 o 15 años, aproximadamente. Un costo que muchos envalentonados subestiman y los quiebra como tostada de arroz al padecer la primera correría electoral.
Si valoras tu salud física y mental, gobernar no es lo tuyo.
2. “MI HIJO FUE DÉBIL Y POR AHÍ LO DESTRUYERON”
Cuando eres jefe de Estado, alcalde o gobernador ¡Todo es tú culpa! Los errores de tu familia son tuyos; asimismo, los de tus amigos, conocidos, empleados, allegados y, si se quiere, hasta los de tus adversarios. En este juego de poder, cada traspié se convierte en una amenaza directa a tu dominio, y la balanza de la responsabilidad se inclina sin compasión.
No hay lugar para el sentimentalismo ni para las disculpas: el liderazgo es una guerra fría donde cada error expuesto puede ser el principio del fin. La oscuridad de la política reside en que, aunque intentes limpiar tu imagen, las sombras de tus decisiones y las de tu entorno siempre te persiguen, listas para devorar tu reputación en un instante.
3. “HE FALLADO EN CREER MUCHO EN LA GENTE QUE ME RODEA, EN CREER QUE PUEDO HACER UNA REVOLUCIÓN GOBERNANDO”
Como afirma –muy descaradamente, además– el actual director del Departamento de Prosperidad Social (Gustavo Bolívar): “aceptar un cargo para el que no se está preparado también es corrupción”. No es admisible delegar solo por tener confianza en “x” o “y” persona. No. Se debe tener certeza de la hoja de vida de quien va a ejercer autoridad en tu nombre. Por lo que lo primero es rodearte de personas que, aun cuando no tengas confianza absoluta como individuo, no tengas dudas de sus capacidades profesionales y éticas. Cuando se ejerce el poder se busca efectividad, no amiguismo.
La gobernanza idealista es de los errores más comunes que cometen aquellos que incursionan en la política. No se desprecia la complejidad de las relaciones de intereses en una verdadera democracia y se sale bien librado de ello. Intentar hacer una revolución o cualquier cambio social desde el Estado sin haber trazado un plan objetivo, con hitos marcados y metas claras y realistas, es una novatada de la que no he visto recuperarse a ningún gobierno nacional o local. La dependencia, la fe y hasta el mismo imaginario en la sociedad de que el Estado –y sus representantes– son capaces de moldear la realidad a su gusto, no da espacio a la improvisación.
4. “NO HEMOS CONQUISTADO EL PODER, HEMOS CONQUISTADO UN GOBIERNO ADMINISTRADOR ACORRALADO POR LOS OTROS PODERES Y POR INTERESES ECONÓMICOS”
Dejando de lado el tono de excusa en que se realiza la frase, es muy cierto que se ha sobreestimado el cargo de presidente. Si bien la rama ejecutiva es la que controla el mayor encantador de serpientes en nuestra sociedad: el dinero, el poder no radica solo en él. Como siempre he afirmado en mis cursos de praxis política, el poder tiene tres caras: el puro, el político y el público.
No siempre los tres emanan de la misma fuente y tampoco son plenipotenciarios para lograr cualquier objetivo. Depende mucho de los cambios estructurales que se desean, la población que se afectará positiva y/o negativamente, el tiempo requerido, los recursos disponibles y un sinfín de variables que, claramente, no fueron considerados seriamente por el actual presidente. Y hoy, aunque no lo parezca, ese es su mayor fracaso.
Cuando decides emprender una quijotesca cruzada, para el caso del Estado, los gigantes si son reales y gozan de mayor fuerza y recursos que tú.
5. “SI ME PONGO A VER TODO LO QUE ME RODEA, TODOS HACEN TRÁFICO DE INFLUENCIAS: TODOS INTENTAN INFLUENCIARME”
La gobernabilidad es la danza mortal que se hace al filo del abismo del delito. No tener claro la delicada diferencia entre ella y saber explotar las herramientas que un administrador del Estado tiene a su mano para garantizar el cumplimiento de los objetivos del plan de gobierno –si es que hay uno serio y no un “copia y pega” de internet o hecho en IA–, es la gran falencia en este apartado de la actual presidencia.
Creer que el ser presidente es el requisito necesario y suficiente para dar un giro al rumbo del país, es mostrar más la ignorancia sobre el verdadero fundamento de vivir en democracia –que literalmente es estar en una negociación permanente– y las ganas de querer ser más un emperador bajo una monarquía absolutista.
En síntesis, el peso de ser presidente está ahogando y extinguiendo sin mayores problemas el proyecto progresista nacional abanderado por Petro: una mezcla entre expectativas débilmente creadas, ignorancia pura y dura sobre el Estado y su funcionamiento, el estar rodeado de personal no capacitado, y considerar que con una excusa todo se puede mediar y superar cualquier problemática o escándalo.