Si, sé que hace un mes largo estaba escribiendo sobre la decisión de amar, sobre la primera vez que me dijeron “te amo”. Pero la vida cambia, las personas cambian y así como llega la decisión de amar, también llega el momento de soltar. Ahora mismo no quiero hablarles sobre el cómo afrontar una ruptura, creo que internet está saturado de buenos artículos al respecto. Lo esencial: mantener la mente ocupada, hacer ejercicio, comer sano, tener una red de apoyo, buscar un hobby, entre otras cosas que sinceramente deberían ser hábitos antes de tener una pareja.
Para la mala suerte de muchos la experiencia que voy a traer a colación es la mía. Mis lectores en Twitter ya me han visto desahogarme, pasarla mal e incluso reírme. Esto lo escribo con mucho respeto hacia él, primero por lo que representó para mi vida y también porque muchos de ustedes lo conocen personalmente –seguramente más que yo– o lo conocen a través de las redes. Y sí, las historias siempre tienen dos versiones. Así que aquí les dejo un poco de lo que he aprendido a partir de esta experiencia.
La primera semana fue de desconcierto. Aún me hago muchas preguntas, pero en esos primeros días parecía que me iba a ahogar en ellas; trataba de entender “¿Por qué?” Si todo “estaba bien”. Y no, no todo estaba bien. La ruptura es un duelo y como todo duelo pasa cinco escenarios: la negación, la ira, la negociación, la depresión y finalmente la aceptación. Todos lo vivimos de forma diferente y como yo soy un ser bastante particular, la rabia la viví directamente con él. Si ahora mismo me está leyendo le doy las gracias por haberme escuchado en ese momento, aunque sé que no estuvo bien hacerlo porque seguramente terminó abriendo más heridas.
Quiero dejar clara una cosa: en las relaciones de pareja no hay blanco y negro, el bueno y el malo, la víctima y el victimario, salvo que en realidad exista abuso o violencia física o psicológica por parte de alguno de los dos miembros. Pero como estamos hablando de la relación de dos adultos jóvenes aprendiendo y creciendo, pues no hay razón para las dicotomías: los dos cometimos errores y somos conscientes de eso. Lo importante es no quedarse en el error, en lo que “pudo ser” o en lo que “yo quería que fuera” y, sobre todo, no juzgarnos, pues estamos en un constante aprendizaje.
Muchas veces tratamos de encontrar un culpable y el problema realmente nunca está en el otro: nunca estuvo en el otro. Cada uno llegó en libertad, cada uno puso sus condiciones, su historia de vida y su forma de ser. Es cada uno el que supone tal vez cierto complejo de Superman o de Wonder Woman que va a poder transformar actitudes, aquello que no nos gusta tanto o que no terminamos de aceptar en el otro. Y no hay nada que cambiar: primero porque nadie cambia a nadie y segundo porque amar es amar también los defectos de mi pareja. No podemos cambiar la esencia del otro ¡Debemos amarla y aceptarla! Y si de verdad son proyectos de vida distintos lo mejor es saber irse a tiempo.
Pero justamente para eso es el noviazgo: para conocerse, para conocer al otro y conocerte a ti mismo o a ti misma ¡Para crecer! Y en el año y medio que tuve la oportunidad de conocerlo y en casi un año de relación crecí muchísimo y crecimos muchísimo. Ahora me siento lista para soltar y para agradecer, en especial a él. Siempre va a ser mi primer amor, él lo sabe. Para agradecerle a mi familia, a mis amigos y también a ustedes que de alguna forma fueron parte de esta historia. La herida va a cicatrizar y con todo lo que estoy haciendo ahora mismo creo que lo hará pronto. Y amar… ¡Amar es bellísimo! Nunca se arrepientan de darlo todo ¡De amar de verdad!