Hablar de populismo puede resultar arriesgado cuando lo que se quiere es circunscribir a aquellas características que le son propias. La variedad de regímenes políticos logran engendrar tipos particulares de populismo a los que pueden atribuirse rasgos que otros no poseen; sin embargo, si se estudia el populismo sociológica e históricamente, resulta posible identificar y describir sus manifestaciones.
El populismo ha adoptado una mezcla casi inagotable de posiciones ideológicas. Al identificar en el espectro político las tendencias más de derechas o de izquierdas, resulta que en los discursos políticos todas las posturas intentan disputarse la palabra talismán: «pueblo». Los «populistas», en los nacientes Estados Unidos del siglo XIX, eran sencillamente campesinos que se organizaban local y regionalmente, siendo que fue el presidente Andrew Jackson que, en ese entonces de forma «populista», abrió toda una era de intensiva participación popular en la joven democracia estadounidense (Jenkins, 2019).
La quintaesencia del populismo fue, en el caso de Colombia, Alfonso López Pumarejo a mediados de los años 30, y después Jorge Eliécer Gaitán (aunque no haya ejercido el poder); también Juan Domingo Perón en la Argentina durante gran parte del siglo pasado, donde cabe destacar que admiraba a Mussolini. Más cercano a nosotros en el tiempo, está Hugo Chávez, quien veneraba a Fidel Castro (otro populista), arruinó Venezuela con su experimento socialista y además tuvo la vana arrogancia de llegar a exclamar en su momento: «Yo ya no soy Chávez, yo soy un pueblo». El mundo pudo palpar lo que ocurrió con el pasar de los años.
El populismo, entonces, es una lógica política con una identidad. No se trata de una ideología y sí, más bien, de una forma de ejercer el poder y la dominación. En ese sentido es que puede decirse que el populismo es el uso de la demagogia que un líder, valiéndose de su carisma y usando la retórica, hace de la legitimidad democrática, ya sea para prometer el camino que llevaría a una utopía posible (nótese el oxímoron) o para el retorno a un orden político tradicional; y que, una vez triunfado, éste logra instaurar un poder personal absoluto que queda por encima de las instituciones sociales, las leyes y las libertades individuales.
La evidencia histórica sugiere que, en general, todas las formas de populismo que triunfan, acaban consiguiendo exactamente lo opuesto a lo que se proponían. Por ello, al populismo se le reconoce no por sus tendencias ideológicas o los sofismas que suele emplear en la retórica el populista, sino por su práctica sistemática en la realidad. Puede hacerse una lista extensa con los hechos que caracterizan el populismo; no obstante, destacan diez rasgos que pueden constatarse y sobre los que se puede reflexionar:
1) EL POPULISMO ENALTECE LA FIGURA DE UN LÍDER CARISMÁTICO
La acción política la llevan a cabo las personas. No puede haber populismo sin la existencia de un hombre o una mujer que, cual mesías o encarnación de «la providencia», venga a solucionar todos los problemas de ese pueblo de manera definitiva; se trata de un tipo de dominación que ilustra de manera excepcional el gran sociólogo alemán Max Weber:
«El elemento que determina la efectividad del carisma es el reconocimiento de sus sometidos. Se trata de un reconocimiento libre, nacido de la entrega a una revelación, al culto del héroe, a la confianza en un líder, y garantizado por alguna prueba, que originariamente siempre era un milagro. Pero este reconocimiento no es, en el carisma genuino, el fundamento de la legitimidad, sino que el reconocimiento es una obligación que tienen los sometidos de reconocer esa cualidad en virtud de sus pruebas. Desde el punto de vista psicológico, este “reconocimiento” es una devoción totalmente personal, nacida del entusiasmo, de la esperanza o del desamparo.»
(Weber, 2012: pág. 122)
2) EL POPULISMO SE APODERA POR COMPLETO DE LAS PALABRAS
El populista no sólo usa y abusa de las palabras, sino que altera además sus significados. Por esto, se siente el intérprete de la verdad general y resulta una suerte de agencia de noticias del pueblo; se comunica e interactúa, aviva las pasiones de su público y lo hace directamente sin intermediarios. Como es bien sabido, esta forma de caudillaje político aparece identificada en la figura del «demagogo» en las antiguas ciudades-Estado mediterráneas. Aristóteles recuerda que «(…) con el auge de la retórica, los que tienen facilidad de palabra hacen demagogia» (Pol. V, 1305a). El estagirita advirtió sobre la convergencia entre la retórica y el poder militar, lo que parece una anticipación muy lejana tanto de Castro, Perón o Chávez: «Antiguamente, cuando se convertía la misma persona en demagogo y estratego, orientaban el cambio hacia la tiranía; pues, en general, la mayoría de los antiguos tiranos han surgido de demagogos» (Pol. V, 1305a).
Si en la antigüedad clásica esa forma de distorsionar los asuntos relativos a la verdad pública se hacían en el Ágora, y en el siglo XX se usó la radio y la televisión (sobre todo), en el siglo XXI se hace en plataformas públicas virtuales que emiten ondas sonoras y visuales que cada vez están más globalizadas.
3) EL POPULISMO FABRICA VERDADES
Ya teniendo el control sobre las palabras, el populista de forma metafísica convierte en sacrosanta la idea de pueblo; esto es, la hipostasia. Lo anterior, deriva de llevar hasta sus últimas consecuencias el repetido proverbio latino «vox populi, vox Dei». Y, pese a que el pueblo no tiene una sola voz sino que es polifónico, el gobierno «popular» interpreta y se arroga la «voz del pueblo», la eleva a categoría oficial y acaba decretándola como verdad única incuestionable. Innumerables son los casos de regímenes que establecieron diarios oficialistas que contaban con numerosas instancias, y donde la prensa libre quedó a un paso de desaparecer o desapareció por completo (lo que fue la «Ley mordaza» en Venezuela que acabó aplastando la libertad de expresión).
4) EL POPULISMO FOMENTA LA RIVALIDAD ENTRE CLASES SOCIALES
«(…) Las democracias principalmente cambian –continúa Aristóteles– debido a la falta de escrúpulos de los demagogos» (Pol. V, 1304b). La falta de escrúpulos acá, queda retratada como el ataque constante a la fortuna de los más ricos: los demagogos, «(…) en efecto, en privado, delatando a los dueños de las fortunas, favorecen su unión (pues el miedo común pone de acuerdo hasta los más enemigos) y en público, arrastrando a la masa» (Pol. V, 1304b). Y es que, esta constante de la historia política ocurre con los populistas latinoamericanos, pero agregando una pizca de hipocresía: éstos suelen hacer hostigamientos económicos a «los ricos» (a quienes acusan de «enemigos del bien común»), pero se suelen rodear de influyentes capitostes corporativos (¿«empresarios patrióticos»?) que dan respaldo al régimen instaurado. Así, el populista cree que con esas diatribas y con acciones legales punitivas en contra de unos, va a resolver el problema de la desigualdad socioeconómica. Al final, no sólo ha enfrentado a los ciudadanos, sino que los ha empobrecido también.
5) EL POPULISMO NECESITA MOVILIZAR CONSTANTEMENTE A GRUPOS SOCIALES
El populista dirige, organiza y enardece a las masas (o, por poner un ejemplo familiar, a esas «ciudadanías libres» que el demagogo colombiano Gustavo Petro gusta de apelar). En la plaza pública de la ciudad de turno, es cuando aparece el «Gran Señor Pueblo» para denunciar a los «malvados» tanto de adentro como de afuera. Las consignas pomposas y sofísticas del populista, intentan ser una incitación para trazar un camino hacia una «renovación política» que pretende, en última instancia y de forma encubierta, una purificación de la sociedad. Esto se entiende mejor en palabras del aristócrata Doctor Stockmann, del drama teatral de Ibsen titulado Un enemigo del pueblo (2014 [1882]). Dice el Doctor:
Sin embargo, ese pueblo no es, como cree el populista, la suma de las voluntades individuales representadas por un voto o en un Parlamento, ni tampoco la metafísica «voluntad general» de Rousseau; sino una muy delimitada, selectiva y ruidosa confabulación de simpatizantes dispersos. «El pueblo», espectro ambulante, resulta ser un fetiche lingüístico y politológico.
6) EL POPULISMO, NO SÓLO EN SU VARIANTE LATINOAMERICANA, SE SIRVE DE LOS FONDOS PÚBLICOS
El populista no tiene ningún reparo en tomar lo que considera que está a su servicio: la economía y las macrofinanzas del gobierno. El erario público pasa entonces a ser su patrimonio personal, que usa tanto para enriquecerse como para llevar a cabo proyectos faraónicos sin tomar en cuenta los costos verdaderos de esas operaciones. Su concepto de la economía es asimismo místico: todo gasto resulta en una inversión que moviliza el sistema. Bien sea por ignorancia o incomprensión de las cuestiones económicas elementales, los gobiernos populistas acaban generando desastres de grandes proporciones de los que países duran décadas en recuperarse.
7) EN SU VERSIÓN LATINOAMERICANA, EL POPULISMO REPARTE LA RIQUEZA DE MANERA DIRECTA
La distribución de las riquezas no es algo reprochable en sí mismo cuando hablamos de países pobres, donde se hace necesario un reparto de las rentas al margen de la posibilidad de inflación o de los costos burocráticos. Sin embargo, no existe nada gratis, y el populista dirige y focaliza su ayuda cobrando obediencia. Esto alimenta una dinámica de imposición y dependencia entre el líder y los «beneficiarios». En el caso de Venezuela, de nuevo, los caudillos dirigentes partieron y repartieron los beneficios del petróleo y generaron improductividad con el asistencialismo generalizado, pero al final, ¿A quiénes se les pasa la factura? La asumen las reservas acumuladas de décadas (si es que las hay), los propios beneficiarios que hacen aportes y, sobre todo, ese peso cae sobre las futuras generaciones quienes estarán endeudadas y devoradas por la inflación. Acá las palabras del economista clásico Frédéric Bastiat tienen especial relevancia:
«(…) Así pues, dos esperanzas en la gente y dos promesas en el gobierno: muchos beneficios y ningún impuesto. Esperanzas y promesas que, al ser contradictorias, jamás se realizan.
¿Acaso es esta la causa de todas nuestras revoluciones? Porque entre el Estado, que prodiga promesas imposibles, y la gente, que concibe esperanzas irrealizables, vienen a interponerse dos clases de hombres: los ambiciosos y los utópicos. Su papel está totalmente trazado por la situación. A estos cortesanos de la popularidad, les basta gritar a los oídos del pueblo: “El poder te engaña; si nosotros estuviéramos en su lugar, te colmaríamos de beneficios y te liberaríamos de los impuestos”.
Y el pueblo cree, el pueblo espera y el pueblo hace una revolución.
Tan pronto como sus amigos se hacen cargo de los asuntos, se les urge a cumplir sus promesas: “Dadme trabajo, pan, seguros, crédito, instrucción, colonias –dice el pueblo–, y con todo, según vuestras promesas, liberadme de las garras del fisco”.
Los apuros del nuevo Estado no son menores que los del Estado antiguo, pues en realidad lo imposible se puede prometer pero no cumplir.»
(Bastiat, 2009 [1848]: pág. 175)
8) EL POPULISMO ACHACA TODOS LOS PROBLEMAS DEL SISTEMA A UN «ENEMIGO EXTERNO»
Desviar la atención es necesario cuando el populista está en la etapa donde exclama que hay «sabotaje» por parte de otros; inmune a la crítica (y la autocrítica inexistente), el populista se va preparando para señalar los chivos expiatorios de todos los fracasos del régimen, consiguiendo desviar la atención de los verdaderos problemas. Fidel Castro en Cuba, convirtió esta argucia política en la esencia de su régimen, que se definía, sobre todo, por el encono hacia sus enemigos, a los que despreciaba, y no por sus aspiraciones y logros. Los culpables son «los yanquis», repetía Hugo Chávez, que llevó hasta el paroxismo su pasión en contra de los Estados Unidos, al punto de llegar a preparar un simulacro de emergencia contra una invasión que sólo existía en su imaginación. En la actualidad, la señalización del enemigo externo va dirigida sobre todo hacia China, Rusia o algún país de Oriente Medio como Irán.
9) PARA EL POPULISMO, EL ORDEN LEGAL ES UN OBSTÁCULO POR DERRIBAR
«Los aspirantes, con su demagogia, llegan hasta el extremo de decir que el pueblo es señor incluso de las leyes» (Pol. V, 1305a). El populista desprecia las leyes vigentes que rigen una población, porque las considera injustas o insuficientes (cuando no, una imposición oligárquica). La leyes hechas por el hombre son reformuladas por el populista, quien como Chávez, acabó apoderándose del Parlamento para crear «la justicia del pueblo», «directa», «bolivariana». Así, tanto el Parlamento como las Cortes de Justicia, se vuelven un apéndice del líder. El caso de Argentina también resulta paradigmático, pues Perón y su esposa Eva suprimieron la inmunidad parlamentaria y organizaron a conveniencia el poder judicial. Más reciente, en España, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en cogobernanza con el partido Unidos Podemos del demagogo Pablo Iglesias, intentan hacer lo mismo.
10) EL POPULISMO ACABA FINALMENTE, MINANDO O DESTRUYENDO LAS INSTITUCIONES Y LAS LIBERTADES DE LAS PERSONAS
Para el populismo no pueden existir límites al poder por ser considerados un freno a la «santísima voluntad popular». Es así como el populista, lograr instrumentalizar todos los recursos tanto humanos como materiales a su favor. No tiene ningún reparo en hacer sus mediocres y arbitrarias justificaciones para ello. Bien lo decía el filósofo Isaiah Berlin, en referencia a la instrumentalización de los fines de los ciudadanos que acaba minando sus libertades:
«(…) Pero manipular a los hombres y lanzarlos hacia fines que tú –el reformador social– conoces, pero los demás quizá no, es negar su esencia humana, es tratarlos como objetos hueros de voluntad propia. Es, en suma, degradarlos. Es por esto por lo que mentir a los hombres o engañarles, es decir, usarlos como medios para fines que yo he concebido al margen de ellos, y no para los suyos propios, aunque sea en su propio beneficio es, en efecto, tratarles como infrahumanos y actuar como si sus fines fuesen menos fundamentales y sagrados que los míos. ¿En nombre de qué puedo justificar forzar a los hombres a hacer lo que no quieren o no consienten? Solamente en nombre de un valor superior a ellos mismos. Pero si, como sostenía Kant, todos los valores se constituyen como tales en virtud de los actos libres de los hombres y sólo se llaman valores en cuanto que son así, no hay ningún valor superior al individuo. Por tanto, hacer esto es coaccionar a los hombres en nombre de algo que es menos último que ellos mismos, someterles a mi voluntad o al deseo particular de otro (u otros) para su felicidad, ventaja personal, seguridad o conveniencia.»
(Berlin, 2014 [1958]: págs. 85-86)
CONCLUSIÓN
Finalmente, hay que recordar que el populismo no es cosa del pasado, sino un fenómeno atemporal que puede tener lugar en cualquier contexto sociopolítico, se trate de una dictadura oligárquica o de un régimen democrático. Identificar la tendencia populista de líderes políticos, permite hacerse una idea de lo que podrían ser en la realidad sus puestas en escena, una vez se ha consolidado su poder.
Espero que este breve decálogo, ayude a prevenirnos y a ver siempre con ojos críticos a aquellos que intentan vendernos el paraíso en la Tierra o solucionar todos nuestros asuntos existenciales. Interpelar a aquellos que intentan arrogarse el poder representativo, resulta ser una obligación ética de todo ciudadano.
REFERENCIAS
Aristóteles (2015). Política. (C. García Gual & A. Pérez Jiménez, Trad.). Madrid, España: Alianza Editorial. (Obra original publicada en el siglo IV a. C.).
Bastiat, F. (2009). El Estado en F. Cabrillo (Ed.), Obras escogidas (2da ed., pp. 167-180). Madrid, España: Unión Editorial. (Obra original publicada en 1848).
Berlin, I. (2014). Dos conceptos de libertad. El fin justifica los medios. Mi trayectoria intelectual. (Á. Rivero Rodríguez, Trans.). Madrid, España: Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1958).
Jenkins, P. (2019). Breve historia de Estados Unidos. (G. Villaverde López & E. Cañas Rello, Trans; 5ta ed.). Madrid, España: Alianza Editorial.
Ibsen, H. (2014). Un enemigo del pueblo: drama en cinco actos. (J. A. Garrido Ardila & K. H. Andersen, Trad.). Madrid, España: Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1882).
Weber, M. (2012). Sociología del poder: los tipos de dominación. (J. Abellán, Trans.; 2da ed.). Madrid, España: Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1920).