El inexorable paso de los años ha hecho del General Jorge Enrique Mora Rangel un hombre más sabio y sensato. Atrás quedó el soldado con rostro adusto y voz recia, que, comandando el Ejército Nacional, graduaba de “bandidos” a los cabecillas de las FARC en el marco de recurrentes declaraciones a la prensa, a finales de la década de los noventa y especialmente durante el proceso de paz del Caguán.
Ahora es más sutil con la palabra y esta posición es entendible para un personaje de la vida nacional con sus antiguos cargos, su dignidad y su gobierno. Para mi gusto –se lo dije a él con el respeto propio de un subalterno– ha sido demasiado políticamente correcto en sus salidas en los mass media para presentar su explosivo libro Los Pecados de la Paz (Planeta, 2021).
Si bien las páginas de esta obra exponen las intimidades de tamaña traición política al pueblo colombiano, el general Mora Rangel sería incapaz de referirse con desdén y de manera des-obligatoria a la personalidad y al rol que desempeñaron una serie de siniestros personajes en el marco del proceso de negociación del Acuerdo Final en La Habana, incluidos los dos principales arquitectos de esta patente de corso pro-FARC. Me refiero, por supuesto, a Juan Manuel Santos, presidente de Colombia para la época, y a Sergio Jaramillo, tenebroso lugarteniente del exmandatario desde que este asumió la cartera de Defensa.
Por eso, estas verdades sobre cómo se llegó al Acuerdo Final caen como anillo al dedo en esta coyuntura, máxime cuando una buena parte del país embelesado conmemora el primer lustro de haber conquistado la “paz” –las comillas son mías– pero tan fragmentada que el solo título del documento que la acordó queda cual ropa prestada. De ahí que uno de esos oscuros personajes –el camaleón Barreras– se haya despachado en acusaciones temerarias contra el alto oficial en retiro a través de su cuenta oficial de Twitter apenas este culminó su entrevista con Julio Sánchez Cristo en La W radio y sin siquiera leer el libro. ¿A qué le tendrá miedo Barreras si bien no fue, ni ha sido mentado aún?
Lo cierto es que durante cuatro años, el general Mora Rangel llevó una bitácora del día a día de las negociaciones en unos 200 blocs de notas de hojas amarillas y otros tantos bites de información. En estos manuscritos e información digital, que sustentan su verdad sobre la negociación habanera y cuyo contenido aparece casi que literalmente en el libro, se hace evidente, por ejemplo, que Humberto de la Calle fue un sayón más de Santos y que su calidad de jefe de la comisión negociadora no pasó de ser un mero gafete o rótulo. El poder a la sombra en el proceso estaba en manos de Jaramillo, verdad de Perogrullo que Mora Rangel desveló sutilmente en su entrevista posterior con Vicky Dávila.
Precisamente, Jaramillo, quien durante el proceso tuvo una estrecha relación con el abogado de las FARC, Enrique Santiago –según se desprende de la lectura del libro y se conoce ahora– es el responsable de que los cabecillas del otrora movimiento armado hubieran tomado alas en la negociación y endurecido sus posturas con el paso de los días (principios básicos del DDR que los negociadores del gobierno desconocían).
Debilitadas in extremis en el campo de combate, las FARC se empoderaron y envalentonaron en Cuba, pues Jaramillo les dio la condición de iguales en la mesa, uno de los pecados más graves del proceso. En el libro y en sus entrevistas, Mora Rangel cuenta de la existencia de una comisión negociadora paralela que Santos envió más de una vez a La Habana para apresurar la firma del acuerdo y desempantanar aquellos puntos que no satisfacían los berrinches de los ex-FARC; visitas que todos conocemos con sus protagonistas incluidos, en un capítulo oscuro de la negociación que, al parecer, también habría inmiscuido a algunos medios de comunicación.
La estrategia habría incluido cual acelerador la entrega de millonarios contratos publicitarios con cargo al erario público para un puñado de emisoras, periódicos y sitios web de noticias con una única condición: sólo reportarían aquellos aspectos positivos del proceso. Verbo y gracia, ningún medio investigó la presencia de agentes del G2 en la casa donde se hospedaba la comisión negociadora del gobierno y en la sede de los diálogos en la isla de los Castro, en el entendido de que todos los funcionarios, incluida la servidumbre, eran del servicio secreto cubano. Muchos dirán que no hubo nada ilegal en esparcir mermelada sobre este bocatto di cardinale llamado paz, pero sí totalmente amoral y alejado de la ética desde el lado donde se mire.
Otra denuncia del general Mora Rangel en su libro tiene que ver con la extraña presencia del padre Francisco de Roux en un evento con víctimas organizado por Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo en colaboración con la Conferencia Episcopal Colombiana. No soy amante de las teorías conspirativas –quienes me conocen bien, saben eso– pero que curioso que el nombre de este sacerdote de la “Compañía de Jesús” haya estado liderando el sonajero de candidatos para integrar la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV), instrumento transicional que, precisamente, él preside.
¿Será que de Roux asistió a esta reunión consciente de que él sería el responsable de escribir el informe final sobré qué pasó, cómo pasó y quién es responsable de lo que pasó en el conflicto armado en Colombia en más de seis décadas? ¿El gobierno Santos y las FARC le habría prometido a de Roux la presidencia de la CEV de antemano? ¿El “Comité de Escogencia” habría recibido esta carta marcada? Las mentiras de Jaramillo sobre el episodio, tal como relató el general Mora Rangel, dejan un sabor a hiel en la boca y un mar de preguntas sin respuestas.
No cabe dudas de que el libro Los Pecados de la Paz arrojará muchas luces acerca de por qué después de cinco años la JEP no ha procedido en derecho contra alias Timoleón Jiménez (Timochenko) y los demás ex-FARC miembros del Secretariado con asiento en el legislativo, generando la consecuente inhabilidad política. Claro, no me refiero a impedir que aquellos miembros de los Comunes que no tienen deudas con la justicia transicional asuman las curules que por ley les corresponden y que hoy ocupan los máximos responsables en las otrora FARC de cometer y ordenar graves crímenes de guerra y graves violaciones al derecho internacional de los derechos humanos.
Ahora bien, el contenido del libro del general Mora Rangel me permite entender también el tono amable de la CEV durante las jornadas de escucha con los ex-FARC, incluido el cariñoso remoquete de “Timo” de la comisionada Lucía González cuando conversaba amigablemente con Timochenko. Una afrenta para las víctimas y en especial para aquellos que vivimos bajo la égida del imperio de la ley y amamos la libertad.
Como sé que los buenos modos, la parquedad, la elegancia, el respeto, la sobriedad, la educación, los principios, los valores y, por sobre todo, el carácter civilista y democrático del general Mora Rangel, nunca le permitirían despacharse contra esta caterva de marrulleros, pues yo –que por regla de conducta me abstengo de ser visceral en mis columnas– si escribo en estas líneas lo que él jamás diría en una entrevista sobre Los Pecados de la Paz, abusando de la confianza que me ha dado, valga la aclaración ¡Se tenía que decir y se dijo!
SOBRE EL AUTOR:
José Obdulio Espejo Muñoz: Comunicador Social y Periodista de la Universidad Central, con Especialización en Derecho Internacional de Conflictos Armados de la Universidad Externado de Colombia. Oficial en retiro del Cuerpo Logístico del Ejército Nacional. Columnista en distintos medios.
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