Entre 2012 y 2017 tuve un blog en el periódico El Tiempo. Allí, comentaba varios temas de mi interés personal, desde los reinados de belleza y las inauguraciones de los Juegos Olímpicos hasta la política nacional e internacional. El 15 de abril de 2016, recibí un correo de Marcela Han, entonces coordinadora de la sección de blogs del periódico, donde me notificaban sobre una acción de tutela que habían puesto en contra del periódico y en contra mía por una entrada del blog. En esa entrada, fechada el 8 de mayo de 2015, yo comentaba los “disparos en el pie” que la izquierda colombiana se había dado en tiempos recientes: la obstinación de las FARC en pedir la liberación de Simón Trinidad, la megalomanía del Señor Presidente Gustavo Petro (cuando era Alcalde mayor de Bogotá), y el error cometido en el Informe de la Comisión Histórica instalada en los diálogos de paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC. Fue este último el que provocó la acción de tutela.

Uno de los miembros de esa comisión era Renán Vega Cantor. Su nombre no me era desconocido: en el colegio tuve que leer algunos de sus textos (en honor a la verdad, los combinábamos con SormanBrzezinski y Huntington) y su orientación política era claramente cercana a la izquierda. No en vano, este profesor de la Universidad Pedagógica Nacional era reconocido por organizar los seminarios “Marx Vive” en la Universidad Nacional de Colombia y fue catalogado por La Silla Vacía como uno de los miembros más a la izquierda de la susodicha comisión. En ella, Vega Cantor planteaba como uno de los factores determinantes para el conflicto armado en Colombia la injerencia de los Estados Unidos en el conflicto. En medio de las páginas farragosas, aparecía un dato aparentemente aislado: mercenarios del ejército norteamericano habían violado a más de cincuenta (50) menores de edad en los alrededores de la base de Tolemaida y habían vendido las violaciones como material pornográfico.

Colombia Reports recibió la denuncia y la investigó, aunque encontró un vacío argumental enorme en el texto de Vega: no había fuentes, primarias o secundarias, que hablaran de la situación. La historia, escrita por el periodista neerlandés radicado en Medellín, Adriaan Alsema, llegó a mi pantalla tras la difusión que le dio La Silla Vacía y vi la necesidad de contarla; también lo hizo Alfonso Cuéllar en revista Semana. Un año después, tanto los medios que publicamos la información, como los autores respectivos, fuimos entutelados por Vega Cantor con un carácter de “urgencia” (¡un año después!). Con la ayuda de varios amigos abogados y periodistas, así como con el Departamento Legal de la Casa Editorial El Tiempo, a quienes agradezco públicamente, construí una defensa en muy poco tiempo y logré ganar el primer pulso al profesor Vega; pero él impugnó y el juez declaró nulo el primer fallo a mi favor, por lo cual tuve que presentar mi defensa nuevamente.

Más allá de los fundamentos legales, dejé claro que Vega había inducido a error al lector en tanto que, si bien en su acusación mencionaba una fuente de la información de las supuestas violaciones, esta fuente no aparecía referenciada en el texto y solamente salía en la bibliografía. Como cualquier persona que tenga algún tipo de acercamiento con la escritura académica sabe, la referenciación de fuentes es vital para la información provista en un texto. Vega no la hizo en el texto, sí en su tutela. Adicionalmente, el profesor mencionaba una serie de videos pornográficos donde aparecían los supuestos mercenarios, uno de ellos, con el popular actor de cintas para adultos Nacho Vidal. Esa información, que aparecía en uno de los textos referenciados por Vega, fue convenientemente omitida por él en su parcializado informe. Al final, mi defensa fue más sólida que su ataque y Renán Vega no pudo hacer que bajaran el artículo de El Tiempo.

Siete (7) años después, y tras haber retomado la escritura de opinión en este medio y en su aliado Al Poniente, me encuentro con que he sido nuevamente censurado. Esta vez, por un artículo en el que comparo a personajes de la derecha nacional-populista, como el “divulgador” Eduardo Menoni y el corredor de bolsa y columnista Andrés Villota, con las prácticas de Sendero Luminoso y otros grupos extremistas de izquierda. Menoni y su equipo legal, como lo informó en su cuenta de Telegram, amedrentaron a Al Poniente con denunciarlos por injuria y calumnia, pues lo llamé “racista”. Ese calificativo lo he utilizado reiteradamente con el susodicho youtubero, pues utiliza con frecuencia apodos ofensivos y con una carga abiertamente racista (vgr. “bola 8” para hablar del expresidente norteamericano Barack Obama, de quien destaca su raza) en sus transmisiones para referirse a personas que le desagradan ideológicamente. Él me ha llamado repetidamente “psicópata”, “comunista carente de argumentos”, “liberprogre”, “enfermo mental”, “mitómano”, “difamador”, “payaso”, “petrista mamerto” y otros adjetivos que demuestran su extremismo cerril.

Cabe anotar que Al Poniente no me informó sobre esta situación, de la cual supe por medio de la cuenta de Telegram del “divulgador”, y no me dio ningún tipo de oportunidad para presentar mis descargos. Por ello lo hago públicamente en esta tribuna, donde también anuncio que he solicitado a El Bastión que ninguno de mis artículos sea publicado en el portal Al Poniente. No me interesa colaborar con un medio tan desagradecido con aquellos que escriben en él.

Menoni dice, tanto en su cuenta de Twitter como en la de Telegram, que es imposible que él sea racista pues es “venezolano, moreno y migrante”. Si algo nos han enseñado eventos históricos como los genocidios armenio y ruandés, o la masacre a los Rohingya en Myanmar, es que el racismo no proviene exclusivamente de la gente blanca ¡Vaya ironía!, en ese argumento él se acerca no a las fuerzas que dicen defender la libertad, sino a los wokes que finge combatir: baste ver cómo en la película Dear White People (Justin Simien, 2014), se decía que “los negros no podían ser racistas […] porque no podían beneficiarse del sistema”, o cómo la periodista de The New York Times, Sarah Jeong, se escudaba en su condición de asiático-americana para escribir trinos en contra de la población blanca en los Estados Unidos. Resulta además paradójico que el “divulgador” se dedique a amenazar con demandas si no hay censura, cuando en los últimos meses él se ha embarcado en una defensa en contra de Alphabet, Inc. porque sus canales han sido sacados de la plataforma de YouTube.

Si acaso, lo que me ha ocurrido con el señor Menoni reafirma lo que escribí en mi columna Neosenderismo de derecha: “(…) era un fanático que no toleraba la más mínima idea que se desviara de su forma de entender el comunismo”. En esta cita no hablo del “divulgador” venezolano, cito a Carlos Granés cuando habla de Abimael Guzmán. Uno y otro son iguales: les es imposible entender un mundo donde existan diversidad de visiones y sienten que solo su perspectiva es la correcta. Les molesta el diálogo, y les enfada que existan personas que pueden tener cercanía en algunas de sus ideas mas no creen en todas ellas. Sueñan con la censura para todos los que los contradigan, incluso en la más mínima desviación, y se basan en las más oscuras teorías de conspiración para darle alimento a su cada vez más fanatizada base. Entretanto, sus opositores más directos se relamen: saben que personas como Eduardo Menoni, lejos de defender la libertad, le dan arsenal infinito y constante a los déspotas que fingen combatir.

Quiero agradecer públicamente a El Bastión, en especial a su Editor Ejecutivo, Cristian Toro, por su apoyo irrestricto, así como a los amigos que en público y en privado me han manifestado su solidaridad. Hace exactamente seis meses, Salman Rushdie, después de más de treinta años de amenazas por parte del régimen cleptoteocrático de los ayatolás Ruhollah Jomeini y Ali Jamenei en Irán, fue apuñalado por un fanático musulmán en Chautauqua (Nueva York). Perdió la visión de su ojo y la movilidad en un brazo. Pero su última novela, Victory City, fue publicada hace una semana, y en ese momento volvió a dar declaraciones a los medios y mostró su rostro con un lente oscuro en el ojo derecho… Dejó algo muy en claro: Las letras son las únicas vencedoras. Las ideas siempre vencen. El extremismo, venga de donde venga, siempre pierde en la historia humana.

Andrés Sánchez
Andrés Sánchez

Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Javeriana, con estudios de maestría en Estudios Culturales de la misma universidad y en Dirección de Comunicación Corporativa de la Universidad de Barcelona. Cuenta con más de diecinueve (19) años de experiencia como docente en comunicación, democracia y libertad a nivel escolar, universitario y empresarial.

Es además, autor de artículos sobre literatura colombiana y neerlandesa publicados en Colombia, Chile y España.

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