Si, obvio que puede haber confusión de roles. Por eso conviene aclarar las distinciones para estos tres “tipos ideales” –si algo, con Weber se puedan ayudar–.
El profesor se mueve en el noble campo de la teoría, lo cual está perfecto, porque las teorías son el germen de las aplicaciones prácticas, tanto en ciencias naturales como en sociales. Pero el profesor no es el técnico, aunque a veces sea la misma persona o pueda dar consejos. El profesor puede y debe darse el lujo de dudar, de esperar, de seguir pensando y de no sumergirse en la coyuntura, precisamente porque desde allí puede ayudar más y formar mejor a los demás.
El asesor es más bien el técnico: el que se ha formado perfectamente con profesores y luego elabora los planes específicos de Gobierno. Puede a veces ser la misma persona, aun así conviene distinguir los espacios. El asesor necesita una personalidad especial. No debe competir por los cargos del político al que ayuda, ni debe competir por dar él los discursos ni tener relevancia pública, y debe ser muy cuidadoso de cobrar honorarios que realmente se haya ganado y cuyas fuentes sean honestas. Desde allí, su rol es esencial para ser el puente entre la más alta teoría política o económica y el político que la necesita más aplicada a casos puntuales. El asesor debe tener un manejo de las circunstancias concretas de las cuales puede prescindir el profesor.
El político no debe ser aquel que sigue sin pensamiento crítico a la opinión pública o al horizonte de su audiencia, pese a que es una variable que debe sopesar en su acción. El buen político es un psicoanalista social. Tiene transferencia entre su audiencia y el deber ser. Enseña de un modo muy particular: más que repetir lo que el público espera, lo reconduce; verbigracia, como Mandela cuando sacó a su audiencia de sus deseos de venganza. Así se transforma en un estadista, si no, es una mera repetidora de la pulsión de vida de su audiencia ¡Tampoco un SÚPER YO! Eso lo convertiría en un demagogo.
El juego del lenguaje del político es distinto al del profesor y el técnico. Su hablar debe tener belleza y retórica, considerando que estas no significan agresión y solo un liderazgo moral muy profundo puede distinguir ambas cosas. Ese liderazgo moral es el que verdaderamente puede liderar un cambio social positivo.
Lamentablemente, sucede a veces que personas equivocadas tienen buena retórica y personas acertadas no la tienen. Esa separación entre la belleza y la verdad es triste, ¡pero cuidado!, desde los griegos sabemos que la retórica en la democracia es importantísima, mucho más con los mass media actuales. La calma y la paciencia didáctica son parte de la retórica de un líder moralmente calificado, y la agresión únicamente fomenta las pasiones desordenadas de la audiencia y retroalimentan al que agrede.
El profesor no debe adherirse totalmente a ningún político. Como ciudadano tiene perfecto derecho a evaluar, a elogiar, a criticar, incluso –aunque esto implique muchas confusiones– a manifestar por quién va a votar; PERO, si está bien formado en ética y en hermenéutica, sabrá que debe mantener distancia crítica de todos y tener clara conciencia de su falibilidad en sus opciones concretas, y decirlo. Lo anterior forma parte de sus enseñanzas; su “me puedo equivocar” NO debe ser solamente una fórmula de cortesía, sobre todo cuando el juicio es a partir de un candidato específico. Si el profesor no se despega así de un candidato, ¿dónde quedará luego su autoridad moral a la hora de escribir in abstracto o enseñar en una clase? Si el profesor y el político aparecen como si fueran uno solo en una clase y en un acto político, la audiencia necesariamente se va a confundir a la hora de tener que distinguir entre la teoría tal o cual y su aplicación puntual, pues los que deberían haber hecho la distinción son ellos.
En las circunstancias actuales, viene bien que cada uno se mantenga en su rol y que cuando cruce a la casa del otro sepa que es un invitado. Tal vez en otras circunstancias históricas, pero en la nuestra, más vale liberalismo en mano que 100 diputados volando. Sé que no estoy tocando hoy el importante rol del influencer; ese queda para otra entrada.
NOTAS:
- SOBRE LA OBRA EN LA IMAGEN DESTACADA DE ESTA ENTRADA: Sanzio, R. (1509-1511). La escuela de Atenas (La scuola di Atene) [Fresco]. Ciudad del Vaticano (Roma): Palacio Apostólico. https://www.arte.it/raffaello/loc/la-scuola-di-atene-2871.
- La versión original de este artículo apareció por primera vez en el blog Filosofía para mí, de Gabriel Zanotti.