LA CÁRCEL A CIELO ABIERTO MÁS GRANDE DEL MUNDO

En la otrora Sucursal del Cielo, los días pasan de manera vertiginosa. En la tensión entre la quietud y el caos, pasaba la cotidianidad en Caracas. Y así, un día cualquiera y que no tenía nada en particular, salía de la oficina después de un día laboral forzado; a caminar por el que fue uno de los bulevares mas fascinantes y chic durante varias décadas; y en el que entre sus ladrillos y concreto estuvieron personalidades como Dámaso Pérez Prado, los chicos de Soda Stereo y Joan Manuel Serrat. Dicho espacio se sitúa entre la Plaza Venezuela y el Centro Comercial Chacaíto, que, para los que no conocen; estos lugares representan el mayor centro cultural, histórico y económico de la capital venezolana.

Nota:

Si quieres conocer la historia y trascendencia de este bulevar, te recomiendo la lectura de la reseña Sabana Grande: refugio de lo sagrado y lo profano.

Ese día tuve que caminar pues andaba sin mi auto, debido a la indolencia de no conseguir repuestos para los vehículos. Mis hierros viejos no podían evitarme ese trayecto a pie desde Maripérez hasta el Gran Hotel Meliá Caracas –son aproximadamente 2,3 kilómetros de recorrido–. El destino hacia ese hotel eran mis fisioterapias acostumbradas, en vista de varias “heridas de guerra” y discapacidades obtenidas en accidentes previos. Como una especie de “Siddhartha moderno”; pude contemplar la vejez, la enfermedad y la muerte en una sola imagen. Mis ojos miraban alrededor de 20 personas, desde niños pequeños hasta ancianos de muy avanzada edad, y que por las similitudes entre sus rasgos, se notaba que eran una sola familia: cazadores de comida entre los grandes contenedores de basura. Imágenes de una Venezuela pos-apocalíptica, sin necesidad de una bomba nuclear o una guerra de posiciones. El terrorífico jinete del hambre recorría los estómagos, ojos y sangre de esta y millones de familias en todo el país.

EL COMERCIO QUE NO FUE

Caminando por el enladrillado del famoso bulevar, ese mismo día vi filas de negocios en ambos lados del andén: zapaterías y tiendas de ropa y de enseres con sus puertas colmadas de personas deseando comprar todos sus artículos. Si esto hubiese sido visto por un observador extranjero, podría decir que Venezuela vivía el mayor capitalismo del mundo, lleno de abundancia, donde todos desean y tienen para comprar todo lo que quieran. Esa fue la base mediática durante años del gobierno chavista –tanto de Chávez como de Maduro–; al plantear que Venezuela era el país mejor alimentado de la región (Ver Reconocimiento de la FAO a Venezuela), el país mas feliz del mundo (Ver Venezuela tiene récord Guinness como país más feliz en el 2008), y para rematar, el que gozaba de un mayor incremento en el Índice de Desarrollo Humano (Ver Venezuela mejora Índice de Desarrollo Humano durante 2009).

La realidad era otra. Las filas no se hacían porque la gente tuviera mucha plata para comprar todo lo quisiera. No, no era eso. El gobierno chavista ante una inflación cada vez más creciente, decidió usar la Superintendencia Nacional de Precios y Costos Justos para ordenar, de manera tiránica, que todos aquellos ítems que estaban plasmados como de primera necesidad, bajarán sus precios determinados por su fatal arrogancia –como buenos burócratas socialistas que son–. Muchos de esos precios estaban por debajo del costo de producción ¿Cuál fue la reacción de la gente? Lo que era de esperarse: correr de manera desaforada a comprar todo lo que estuviera “barato”. Resultado también de lo esperado: una escasez en los anaqueles, sin precedentes. Muchos de esos zapatos, camisas, enseres, carne, pollo y muchos ítems más; ya no estaban allí. Entrar a un mercado era una odisea conforme pasaban los días, pues cada vez estaban más vacíos; y cuando llegaban artículos regulados, las filas se hacían más kilométricas.

El pan desde tiempos inmemoriales ha sido el alimento de cada familia, y hasta Jesús de Nazaret lo instituyó como base simbólica de la fe cristiana. Pero sólo en un lugar dislocado, este ítem seria el más escaso. En ciertas panaderías, únicamente disponían de pan dos veces al día, por lo cual, se hacían filas enumeradas con cupos fijos; si después le tocaba a uno un numero posterior al límite, era claro que hacer la fila sería una total pérdida de tiempo. El ambiente se tornaba cada vez más sobrecogedor al ver abuelitos y gente con alguna discapacidad haciendo filas por dos o tres para obtener una libra de pan. Cada cierto tiempo alguna de esas panaderías, como una oleada negra, desaparecían para no volver jamás. Igual pasaba con zapaterías, verdulerías, droguerías, supermercados y toda una fauna de establecimientos convertidos en locales fantasmas sin cuerpo ni espíritu. Muchos todavía se preguntan ¿Por qué todo lo primordial escaseó? Y yo les respondo de manera categórica con otra pregunta ¿Acaso tú producirías para vender por debajo de tus costos de producción? Al responder esta pregunta, ya empezarás a entender que lo que se vivió no fue un capitalismo salvaje ni una bonanza petrolera espectacular, sino la nube negra del socialismo rampante llevando hordas de bárbaros salvajes a las calles en búsqueda de la satisfacción inmediata. Ese es el hombre nuevo que el socialismo crea.

EL TRANSPORTE QUE NO FUE…

En este escenario de bienes y servicios tan escasos, la gran paradoja del chavismo es haber convertido a un país petrolero en uno sin gasolina y sin productos de hidrocarburos. Largas filas de carros comenzaban a inundar las calles de las ciudades. El tanque de gasolina mas barato del mundo se volvía el mas costoso por el tiempo perdido, los recursos por dejar de trabajar y la peor: la paciencia acabada. Todo esto, hacía también muy oneroso el tener un auto. Asimismo, pasó con los repuestos. Para el hampa imperante, las baterías de los carros se convirtieron en el bien mas deseado. Todo aquel que fue víctima de hurto se enfrentaba al hecho de tener que, en caso de contar con una batería alternativa, prepararse para ir al único lugar de Caracas en donde podía resolver este asunto: el proveedor Duncan, donde oficialmente se venden estos ítems. La cosa era levantarse a las 3am para ir el día indicado y hacer mas filas (sí, lo adivinaste), para que a las 8am entreguen lo requerido hasta cierto número de autos (mismo modus operandi que el pan); y el que no pudo, le tocó ir a esperar otro día que esta empresa decida vender. El problema mayor era cuando no disponías de la alternativa, y la condición consistía en llevar el auto para que ellos mismos instalasen las baterías, lo que acarreó que muchos vehículos empezaran a transformarse en cadáveres metálicos. Igual pasaría con repuestos como alternadores, empaquetaduras, bujías, carburadores y un sinfín en la lista; conduciendo a diezmar el parque automotor venezolano. El transporte público como los buses y el Metro de Caracas, también serían víctimas de esta ignominia. Al no conseguir repuestos para las escaleras mecánicas y demás partes que son de los vagones; se terminó en una disminución considerable de los trenes en funcionamiento. Un viaje que podía durar media hora, ahora puede alcanzar una hora o una hora y media ¡incluso más!

Caracas tiene la misma característica de las grandes urbes ¡Todos quieren vivir ahí! La densidad poblacional crece de manera alarmante; creándose barrios marginales y teniéndose menos espacio para construir. La solución para muchos, fueron entonces las “ciudades dormitorio”. Aquellas ciudades y los pueblos aledaños como destinos próximos fuera de la gran urbe, pero a precios más económicos. El destino de mi familia fue ese precisamente durante muchos años: debí vivir en una ciudad aledaña a una hora de viaje hasta Caracas. No es de extrañar para el lector, que la experiencia de traslado entre cada ciudad se volviera un verdadero infierno; ya que, como dije al principio, mi auto sufrió la infamia de un sistema económico en destrucción, imposibilitando conseguir repuestos adecuados para el vehículo, para que al final, fuera vendido como una chatarra sin poder recuperar el valor mínimo del mismo.

Con dos trabajos y otras actividades de diversa índole, el día a día de un multitasking era un delirio de presión. Teniendo la necesidad de movilidad entre diferentes puntos de la ciudad, y contando con una población cada vez más canibalizada y barbarizada por la escasez, transportarse era una situación casi traumática. Al final de la jornada, llegar después de las 9pm a esa ciudad aledaña, era auténtico turismo de aventura. Si bien, cerca de la casa había una estación de metro que comunicaba ambas ciudades, resultaba agobiante y agotador. Caía la noche y no se tenía ningún tipo de bus para ir a casa; sólo existían taxis que en cualquier país del mundo podrían ser considerados piratas: casi todos autos viejos, y por el problema mencionado anteriormente, cada vez menos para poder suplir una demanda excedida. Se hizo común el taxi tipo carpooling (es decir, en el que comparten varias personas), el cual al final, desapareció, obligando a una población grande a una cárcel domiciliaria: todo aquel que llegara a las 8pm al pueblo, sencillamente no podía trasladarse en auto y yacía a merced de la delincuencia que dominaba las calles en las noches (y en los días también)…

EL DINERO QUE NO FUE

Como una guinda al pastel, desde el 2015, en Venezuela entramos en una hiperinflación desbordante. Ello, ocasionado porque los precios de los bienes y servicios aumentaron, y la cantidad de billetes usados se incrementaron, ambos, de forma desproporcionada; a mediano plazo, las denominaciones de los billetes han crecido de manera exponencial. De los cientos se ha pasado a los miles, y de ahí a los cientos de miles ¡y en un pequeño salto! la demanda de billetes, siendo mayor a la velocidad de impresión de estos, ha traído como condición la escasez de efectivo. En una población que en su mayoría no está bancarizada, se convierte en un abismo sin salida; y con un factor de especulación muy fuerte, donde el 60% del efectivo resultaba –o resulta– en la frontera con Colombia, lo que produjo que tanto los bienes y servicios como el dinero fueran escasos. Era la combinación de lo peor de cada mundo. Por supuesto, filas interminables en los bancos con un final muy incierto: conseguir efectivo.

LA VIOLENCIA QUE SI FUE…

La mayor opresión que tiene un ser humano no es la económica, sino la física y la espiritual-psicológica. Y la violencia, cumple a cabalidad la opresión en ambos campos simultáneamente. Durante el 2014 y el 2017, el gobierno de Nicolás Maduro subyugaría la disidencia política de manera descarnada; dejando muertos, heridos y presos a una nueva generación que no conoció otro régimen que no fuera el chavista. A la postre, llegaron los toques de queda y la militarización de facto y control social de tipo cívico-militar creciente. No obstante, la mayor opresión era el hampa y la delincuencia organizada –apoyada, o al menos, de un silencio cómplice, por parte del gobierno chavista–… Tres fueron las experiencias que marcaron mi destino futuro…

La primera, sería la tentativa de secuestro de mi exmujer: un día, yendo de visita a casa de su madre e intentando ingresar su auto en el garaje del lugar en mención, fue capturada al tiempo que desvalijaron su vehículo; pero por obra de la providencia divina (no podría explicarlo de otra manera), no mucho tiempo después la soltaron a pocos metros de esa casa y sin un rasguño. La segunda experiencia, sería el asesinato de mi mejor amigo: un guardaespaldas de la Asamblea Nacional (el Congreso en Venezuela), que en un día de descanso, yendo a comprar enseres para llevar a casa, un hombre en moto, le apuntó de frente; él, sin resistencia alguna, sólo lograría levantar sus brazos en “señal de paz” mientras un disparo certero y directo le reventaba el corazón… una vida de bien esfumada por la barbarie del socialismo. Y la última, fue cuando me robaron mi celular dentro del Metro de Caracas, que debido a una reacción inmediata, traté de evitarlo, pese a que el maleante, con un destornillador oxidado, quiso atravesarme el abdomen para cumplir su cometido: ese sería el punto culmen de toda una retahíla de fuertes vivencias.

El anterior collage de recuerdos –aunque no exhaustivo, pues falta mucho más por contar–, sería la descripción de lo que fue el año 2017; el momento en el que me convencí lo que pensaba durante años: me había convertido en un emigrante en mi propio país, ya que aquel recinto donde nací y crecí, había muerto desde mucho antes. Ese fue el año que confirmé ser un reo en “la cárcel a cielo abierto mas grande del mundo”, situación que no duraría mucho tiempo… tema para una editorial futura.

Otman Domínguez
Otman Domínguez

Venezolano. Economista de la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas Venezuela) especializado en Econometría y Evaluación de Proyectos para PYMES. Estudioso de la “Escuela Austriaca de Economía”. Miembro docente del Instituto Juan Calvino y locutor en la Radio Presbiteriana Reformada y candidato a Anciano Gobernante de la “IPR Pacto Eterno Chía”.

Jefe de operaciones (COO) y miembro fundador del medio digital libertario El Bastión, y miembro fundador de la Corporación PrimaEvo.

Artículos: 28