ACERCA DE LA IMAGEN DESTACADA:
Óleo sobre lienzo del pintor francés Eugène Delacroix (1798-1863): La libertad guiando al pueblo (La Liberté guidant le peuple, 1830); este lienzo simboliza la Revolución de 1830, específicamente, del día 28 de julio, mostrando una escena en la que el pueblo de París se levanta en armas contra el rey Carlos X de Francia.
Esta es la tercera entrega de una serie de columnas referidas a la esencia del libertarismo y las posibles variaciones con diferentes filosofías y su consistencia interna. En esta oportunidad vamos a hablar de si es posible, y lo más importante es sí debería mezclarse con una de las ideologías más atrayentes de los últimos tiempos: el progresismo.
NOTA:
Para poder comprender mejor esta tercera entrega, te recomendamos la lectura de las dos primeras:
¿QUÉ ES EL PROGRESISMO?
Este es uno de los problemas más persistentes al hablar de esta corriente de pensamiento, pero dados los recursos tecnológicos y de difusión, podemos encontrar en Wikipedia el siguiente concepto: “El progresismo es una tendencia política orientada, en general, hacia el desarrollo de un Estado del bienestar, la defensa de derechos civiles, la participación ciudadana y cierta redistribución de la riqueza. En este sentido, el progresismo defiende, en líneas generales, más igualdad económica y social, así como también lo que consideran más avances o progresos en materia sociocultural”.
En esta vaga definición podemos ver un igualitarismo redistribucionista como base de fondo, donde no acepta que existan desigualdades entre las personas. ¿Cuál es la raíz de todo este movimiento? Si seguimos la línea del tiempo, nos señalará a un inglés miembro de lo que se llamo el liberalismo clásico; el señor John Stuart Mill (1806-1873) fue un filósofo, economista y político escocés defensor del utilitarismo enfocado en la calidad, la libertad, la igualdad de género y la búsqueda de la felicidad para la mayoría de las personas. El utilitarismo que terminó siendo la base de su pensamiento, es el trasfondo de todas sus acciones políticas.
EL UTILITARISMO COMO UNA TRAMPA
En su libro llamado El utilitarismo (1863), John Stuart Mill parte de que todo ser humano actúa siempre –sea a nivel individual, colectivo, privado o público, como en la legislación política– según el principio de la mayor felicidad, en vistas al beneficio de la mayor cantidad de individuos. Es una versión del consecuencialismo, al considerar que sólo las consecuencias de una acción son un criterio para observar y definir moralmente si esta es buena o mala.
En un principio se ve como una filosofía loable y útil para lograr la felicidad de las personas en una sociedad. Y si lo analizamos desde las dos reglas básicas expuestas en esta serie sobre el Libertarismo: 1) El Principio de No Agresión, y 2) La Regla de Oro del Libertarismo, cumple con la posibilidad que el utilitarismo vaya en consonancia con la filosofía libertaria.
La pregunta clave sería: ¿existe algún problema con el utilitarismo?, y todo estudioso de filosofía política y ética sabe que el utilitarismo relativiza la moral, ya que basa sus evaluaciones éticas según la felicidad de la mayoría, y no según valores morales objetivos propios del orden natural. En palabras más sencillas, lo bueno o lo malo se define según si hace feliz o no a una población. Eso nos trae unos dilemas éticos terribles, ya que, por ejemplo, si la felicidad de una cierta cantidad de población es recibir un ingreso mensual cada vez más abundante, entonces si imprimimos dinero a mansalva, eso va a ser bueno según una visión utilitaria irreflexiva, sin importa los procesos a largo plazo que sucedan en esa economía por esa política. Si nos vamos a argumentos más escatológicos, si una población masculina le encanta violar a mujeres indefensas, y si la población de hombres es mayor que las de mujeres, debido sólo por ser mayoría, eso puede trae en teoría más felicidad y ser visto como algo loable a ser repetido. Si bien, estos son ejemplos llevados por el argumento de la reducción al absurdo, denota que el utilitarismo sin ninguna base moral objetiva, lleva literalmente al desastre. El gran escritor argentino Jorge Luis Borges, diría:
LA LIBERTAD Y LAS FALSAS “LIBERTADES”
Ya analizado el utilitarismo, base de la filosofía progresista, podemos mencionar que el verdadero origen de esta posición se encuentra a finales del siglo XVIII con la Revolución Francesa, que a través de su lema “igualdad, libertad y fraternidad” quisieron construir un “mundo y hombre nuevo” ; pretendían traer la utopía, “el Cielo a la Tierra” como diría el gran jacobino y uno de los líderes de este movimiento, Maximilien Robespierre. A pesar de que este no es el espacio para analizar la Revolución Francesa (recomendamos el libro de Edmund Burke: Reflexiones sobre la Revolución Francesa [1989], para una visión critica y certera de este hecho histórico), sabemos que terminó en la destrucción y guillotina de sus propios líderes, incluyendo Robespierre, y fue el inicio de lo que se conocería como el socialismo. Uno de los arquitectos de este movimiento fue Jean-Jacques Rousseau, filósofo de la ilustración que, con base en una visión positiva de la naturaleza humana, creó los pedestales de la revolución en mención.
Durante muchos años se ha pensado en la Europa Continental (Francia, España, Alemania, entre otros) que el único liberalismo que ha existido se encuentra fundamentado sobre las ideas de Rousseau y el utilitarismo, tan es así que los movimientos independentistas latinoamericanos tienen su base en el filosofo suizo-francófono. El problema de esto, y ya en otros espacios, se ha definido un liberalismo de origen anglosajón, iusnaturalista, con una visión antropológica negativa de la naturaleza humana y con fuerte arraigo en los valores cristianos. La Revolución Francesa al haber sido anti-eclesiástica, y al final anticristiana, presenta una visión de choques de cosmovisiones de manera frontal; ya que mientras el liberalismo clásico anglosajón habla de derechos naturales, el francés habla de derechos positivos, cada vez más crecientes hoy en día. Mientras en el primer liberalismo se habla de libertad negativa individual, en el segundo se habla de libertades individuales, así en plural; a la vez que se habla que el primero habla del individuo y sus límites, el segundo habla de colectivos a ser igualados. Y las diferencias a medida que se estudian, van ensanchando cada vez más la brecha entre ellos.
LIBERTARISMO Y PROGRESISMO
Al final, después de haber hecho todo este análisis, lo que podemos concluir es que el progresismo es una continuación de la Revolución Francesa, y por ende, del socialismo del siglo XIX, y eso ha continuado en el siglo XX, dentro del movimiento libertario, y se ha ejemplificado en lo que Murray Rothbard llamo el “libertario modal”, que si bien cumple a cabalidad el Principio de No Agresión, puede incurrir en fallas morales que traspasen el orden natural. Al estar basado en el utilitarismo, vemos banderas básicas de este tipo de libertario en las siguientes consignas: despenalizaciones irrestrictas de las drogas, despenalización del aborto, y apoyo a colectivos LGBTIQ+ y otras causas progresistas con evidentes tendencias hedonistas. Aunque el espacio se nos acaba, yo los invito a considerar que el Principio de No Agresión no es el único barómetro para construir políticas libertarias, por eso en la primera columna de esta serie hablamos de la Regla de Oro, de si alguna de estas políticas incrementaba o no el poder del Estado. La respuesta que nos daría un personaje como Hayek, es que reconstruir la ética occidental desde el poder, es un ejercicio constructivista que termina imponiendo control mayor sobre la sociedad. La base del derecho natural, es que existen instituciones que tiene una naturaleza objetiva, que hacen posible hacer próspera una nación; y el progresismo en su intención constructivista y de ingeniería social lo que hace es socavar estas instituciones, y termina en la destrucción de las bases de esas sociedades. Como lo vimos en la columna anterior, eso es lo que puede rescatar de manera directa el conservadurismo cultural de la filosofía libertaria, y potencializarla mucho más.
En la próxima columna analizaremos con detalle como un Estado al imponer una moral privada (hedonista o tradicionalista) puede crear una tiranía de grandes proporciones. Pero ya analizadas las inconsistencias propias del utilitarismo y el progresismo en términos generales, podemos terminar con esta frase del profesor Miguel Anxo Bastos: