UNA DEFENSA DE LA PROPIEDAD PRIVADA: RESPUESTA AL PAPA FRANCISCO

El Papa Francisco es una figura carismática y a la vez polémica; sus declaraciones nunca pasan desapercibidas y reciben siempre todo el eco de la prensa y las redes sociales. Como si ya fuese poco con todo lo que ha sucedido en el 2020, Bergoglio tenía que poner la cereza de la guinda; no pudo esperar al 2021; lanzó su discurso “ex cátedra” para terminar de hundir la poca libertad que nos queda en el momento que corre y los pocos derechos que hacen posible la convivencia pacífica entre los seres humanos.

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El Inquilino de la Santa Sede se ha referido en múltiples ocasiones a los problemas, dificultades y retos que ha afrontado y que debe seguir afrontando la humanidad. Sin embargo, sus apreciaciones, consejos, llamados y, podría decirse: sus exhortaciones a la acción por parte de gobiernos, con frecuencia, además de desacertados y de tomarse en consideración de manera literal; resultarían peligrosos para los mismos derechos y libertades más básicos de las personas.

No es la primera vez que el Papa Francisco arremete contra el capitalismo y las instituciones de mercado, acusando a las sociedades mixtas (archipiélagos de mercado libre y de más y más intervención estatal) en las que vivimos, de inequitativas y cada vez más desiguales y pobres; y no se equivoca. A estas alturas ya la realidad salta hacia nosotros, pero no por las razones que se suelen aducir.

Empero, los juicios que ha hecho Bergoglio sobre el mercado, el capitalismo y el liberalismo económico se encuentran profundamente sesgados políticamente y, además, se contradicen. Esta vez le ha tocado a la propiedad privada: institución elemental de las economías de mercado capitalistas y base de la libertad personal.

ENCAMINANDO LA CUESTIÓN DE PROPIEDAD PRIVADA: RESPUESTA A BERGOGLIO Y ALGUNAS SUGERENCIAS

Traer a colación la defensa de la propiedad privada, sigue siendo tan necesario y siempre de actualidad como aquellos trabajos que acusan y refutan las ideas y teorías marxistas y keynesianas; entre economistas institucionales, poco se habla de éstas y todavía menos de los fundamentos elementales de lo que sigue siendo una ciencia social (la economía). Y, sin embargo, además de pasarse por alto, la cuestión de la propiedad privada rebasa el ámbito económico.

A principios de diciembre, Bergoglio presentó un discurso inaugural ante la Conferencia Internacional Virtual de los Comités Panamericano y Panafricano de Juezas y Jueces por los Derechos Sociales y la Doctrina Franciscana (yo también he quedado un poco impresionado por el pomposo nombre, que creo que ya dice mucho sobre para quién y hacia qué zonas del planeta va dirigido su mensaje). Allí, Bergoglio planteó varias cosas, pero destacan sus referencias al derecho a la propiedad privada.

El pontífice cuestiona la propiedad privada insinuando que se le ha otorgado demasiada relevancia, con ello queriendo sugerir que la preponderancia y cuasi veneración, según él, que se le ha hecho a ésta, está vinculada a que haya desposeídos y que nunca haya habido tanta acumulación de riqueza[1]; por ello menciona que «Cuando resolviendo en el derecho, damos a los pobres las cosas indispensables, no les damos nuestras cosas, ni la de terceros, sino que les devolvemos lo que es suyo. Hemos perdido muchas veces esta idea de devolver lo que les pertenece».

Continúa hablando de la exclusión social y la necesidad de respetar la dignidad del pueblo, y propone un camino hacia una «Nueva Justicia Social» basada en la solidaridad y la amistad, alentando el construir un clima ecuménico.

La intervención de Bergoglio, acaba dejando cinco pasos para avanzar hacia un mundo más equitativo. Los comento más adelante.

Encaminando la cuestión de la propiedad privada

Lo primero que habría que mencionar es que la cuasi totalidad de nuestros proyectos motivados, metas e intenciones personales; necesitan de medios materiales para que éstos puedan tener lugar y llevarse a cabo, lo que implica aceptar que cada persona posee el espacio o esfera moral que le permite desenvolverse como ser humano en el mundo.

En ese sentido, hay que recordar que la mayoría de los recursos existentes no son ilimitados con respecto a sus usos potenciales; por tanto, de esto se sigue que la utilización de aquellos medios materiales (recursos, bienes, servicios) por parte de un individuo para llevar a cabo sus proyectos, impide su utilización simultánea por parte de otro(s).

Así, en contestación al pontífice, desde un marco democrático –el mismo que él dice defender y que es consustancial al liberalismo–, la libertad comprende el derecho de usar, disfrutar y disponer de los bienes que hemos adquirido pacíficamente (Rallo, 2019). Con esto se asume un derecho [de] a la no interferencia en esa esfera en la que quedamos con una facultad y capacidad de agencia para desarrollar esos proyectos, metas e intenciones. Sin el derecho de propiedad con la ocupación pacífica de los recursos naturales y la posesión de bienes, el derecho a la libertad estaría vaciado de contenido, no tendría cabida en la realidad; materialmente no tendría expresión REAL[2].

Siguiendo estas nociones elementales sobre la propiedad privada, nótese que por eso es por lo que nuestra libertad personal y el derecho de propiedad privada tienden a mezclarse, y por ello se habla de derecho de «autopropiedad» a la libertad personal: libertad es igual a propiedad de uno mismo y de aquello que se adquiere, contrata o se le transfiere pacíficamente[3], en cuanto, de nuevo, a aquellos medios o recursos limitados que cada uno utilice para alcanzar sus fines o proyectos vitales.

Por ello, sin el derecho de propiedad sobre el entorno, no es posible determinar quién está pasando por los derechos y las libertades de otro. Esto es importante cuando se trata de querer ayudar al prójimo en el sentido de permitir, en la medida de lo posible –ayudando, acompañando, orientando y asesorando, cooperando, ‘empatizando’, entre otros–, que desarrolle su vida personal en un contexto de comunidad en el que nace, habita e interacciona con otros y su medio ambiente.

Para el Papa Francisco, que está tan interesado en el trabajo y en la miseria terrenal del alma y el cuerpo, y en que las personas tengan una vida digna y estén integradas en sus comunidades plenamente; el derecho de propiedad no puede ser secundario como ha dicho en su discurso, pues es de vitalidad que cada persona extraiga de los bienes el máximo valor posible para la realización de sus proyectos de vida propios con los demás.

Es por esto por lo que, si queremos seguir hablando de que vivamos en sociedades liberales, abiertas y democráticas; es necesario señalar que cada persona tiene derecho a utilizar sus dominios del modo más diligente posible en la satisfacción de aquellos fines personales que le resultan más importantes.

Que cada persona tiene fines distintos no es una frase de cajón más. Como ciudadanos y sujetos morales que somos, podemos tender a mejorarnos nosotros mismos, así como en lo posible la diligencia de un bien (ya sea ahorrando y economizando, con responsabilidad y sostenibilidad); y con ello, haciendo que el valor para nosotros y los otros aumente y contribuya a sostener un orden con estabilidad socioeconómica.

Cabe mencionar que no sólo se trata de usar un recurso o un bien, y ya está; va más allá del puro derecho de posesión y auto-posesión. Los proyectos de vida variados no se limitan a la utilización efectiva de un recurso del mero hecho de disponer de un bien y utilizarlo cuando se desee, no; una renta es una forma de utilizarlo, sus frutos para satisfacer nuestros fines personales. Por ello, la propiedad privada no sólo se limita a la utilización directa, activa y plausible de los recursos y bienes.

La inviolabilidad de la propiedad equivale a la inviolabilidad de los diversos proyectos de vida de muchas personas.

Sin la propiedad privada, la propuesta de Francisco I no tiene cabida

Francisco I, refiriéndose al público, dice que:

Las ideas sobre las que seguramente ustedes trabajarán, no debieran perder de vista el angustiante cuadro en el que una pequeña parte de la humanidad vive en la opulencia, mientras que a una cantidad cada vez más numerosa le es desconocida la dignidad y son ignorados o violados sus derechos más elementales. No podemos pensar desconectados de la realidad. Y esta es una realidad que deben tener presente.

El Papa Francisco reconoce en efecto que la propiedad privada está vinculada a la acumulación y generación de riqueza y tiene razón (Nota 1), pero esto lejos de ser una tragedia; debería ser visto como un milagro, pues que hayamos podido acumular cada vez más riqueza y capital, nos ha permitidos reducir sustancialmente el sufrimiento en el mundo, la pobreza y las desigualdades; la riqueza en últimas es una consecuencia del ahorro, la productividad y el ingenio humano, que sin propiedad privada no serían posibles.

Si Francisco I de verdad está interesado en los derechos elementales y en la dignidad de los menos favorecidos, debería estar abogando precisamente por el respeto jurídico a la propiedad privada de cada una de esas personas; que existan personas opulentas –y sí que es verdad en muchas ocasiones han adquirido su fortuna de manera ilegítima–, ricas, derrochadores y parásitos institucionales y corporativos, no debe llevar a pensar que lo que debemos atacar es el derecho a la propiedad privada de las personas; sino más bien, a reencaminar el respeto a la misma, ejerciendo la crítica y exigiendo la modificación de las situaciones legales y socioeconómicas que privan a las personas de que puedan desarrollar sus vidas plenamente. Como por ejemplo, el expolio fiscal a los ciudadanos, el cual incrementa: las expropiaciones, la leyes que protegen contra la competencia a grandes empresas y repercuten en los pequeños y medianos empresarios, las transacciones ilegítimas, la manipulación del dinero, las tasas de interés, entre otras.

Su segundo punto, apunta a la acción colectiva y a persistir:

Pienso en una obra colectiva, en una obra de conjunto, en donde todos y todas las personas bienintencionadas desafían la utopía y asumen que, así como el bien y el amor, lo justo es una tarea que ha de conquistarse todos los días, porque el desbalance es una tentación de cada minuto. Por eso cada día es una conquista.

Y la acción colectiva presupone que cada uno es dueño de su cuerpo y puede ser consciente de sus acciones; los llamados a la acción colectiva en la dirección de lograr «lo mejor para la humanidad» sólo pueden concretarse si, como individuos, nos juntamos bajo un objetivo en común sin descartar nuestras diferencias individuales. Esto implica respetar un corolario de la propiedad privada y la libertad personal: la libertad de (des)asociación de las personas, el poder de decidir en qué esquemas participar voluntariamente compatibilizando, de la misma manera, con el seguimiento de las normas generales de su comunidad.

Francisco I exhorta a «hacerse cargo del dolor del otro y no resbalar en una cultura de la indiferencia». Y pese a que este es el típico llamado a la empatía que hoy se hace también desde sectores académicos y políticos, es un llamado a la solidaridad y a la cooperación entre países y naciones.

Sin duda el llamado hacia la solidaridad y la empatía con los otros es importante, pero es un cometido que en las sociedades en las que vivimos no puede lograrse al margen del sistema de intercambios indirectos llamado mercado, porque son las economías de mercado las que se basan en la cooperación voluntaria, los contratos mutuamente beneficiosos entre las partes y la satisfacción de tanto nuestras necesidades como deseos. Esto porque, como sabemos, cuando se usan los medios políticos, que son los estatales-oficiales, tiende a expoliarse a unos para transferirles a otros ilegítimamente y sin justificación alguna, y esto es, al menos, formalmente inmoral y contraproducente.

La solidaridad más notable que podemos tener con nuestro prójimo, consistiría entonces en respetar su derecho inalienable a su propiedad privada y a su libertad, y a vivir su vida como desee mientras no interfiera para entorpecer los derechos y libertades de terceros. Cooperar, solidarizarnos y ayudarnos mutuamente velando por el bienestar de los otros; no puede quedar en manos a una oligarquía global de pseudo-filántropos, ONG’s transnacionales y gobiernos hiper-burocráticos cómplices, porque estas acciones son supererogatorias, esto es, son acciones morales voluntarias y espontáneas, desinteresadas, que no son obligadas por ley porque están «más allá del deber» –y lo implican– y trascienden su fin.

Si quiere seguir el «eje de la historia», en sus palabras, el pontífice debería estar abogando no por una unión global en un supra-Estado de carácter transnacional, sino más apuntando a la descentralización de los actuales Estados-Nación para que la toma de decisiones, por parte de la sociedad civil, sea más directa y más eficiente, de manera que lo que puede fomentarse es, sobre todo, la asociación civil de personas para vigilar y, de ser necesario, modificar las pautas institucionales.

Con la asociación civil, volveríamos a sociedades de ayuda mutua en las que precisamente las parroquias tenían una labor preponderante en proteger la vida, la dignidad y la libertad de los seres humanos. En un gobierno único transnacional, sería imposible de limitar con respecto a las prerrogativas que se atribuiría.

Y como no podría ser de otra manera, el quinto punto de Francisco I tiene una apelación última al pueblo:

Es muy difícil poder construir la justicia social sin basarnos en el pueblo. O sea, la historia nos lleva al pueblo, los pueblos. Será una tarea mucho más fácil si incorporamos el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, sin pretender ser élite ilustrada, sino pueblo, siendo constantes e incansables en la labor de incluir, integrar y levantar al caído. El pueblo es la quinta base para construir la justicia social. Y, desde el Evangelio, lo que a nosotros los creyentes se nos pide es ser pueblo de Dios, no élite de Dios. Porque los que van por el camino de la ‘elite de Dios’, terminan en los tan consabidos clericalismos elitistas que, por ahí, trabajan para el pueblo, pero nada con el pueblo, sin sentirse pueblo.

El tono paternal y populista es claro. El “pueblo”, ese fetiche formal de muchos políticos mesiánicos, no podía faltar en su discurso, que no deja de ser desconcertante por las misivas que éste ha hecho en contra del populismo.

Estas ideas de Francisco I se encuentran con mayor amplitud en sus encíclicas, Laudato Si (2015), que es más bien un manifiesto político-ecológico por lo que él llama «nuestra casa común», donde remarca la idea de comunidad; y la Fratelli Tutti (2020)más reciente, donde se explaya en abogar por el fomento de la «amistad social», la solidaridad y la dignidad que reivindica la justicia social.

Sin embargo, no deja de sorprender que alguien que pertenece a la élite mundial y se codea con la misma, nos invite a ser pueblo de Dios para con ello, supuestamente, traer la «justicia social» al reino de este mundo, y resulta asimismo, simpático e indignante. Porque claro, los ilustrados sólo pueden ser ellos que saben qué es lo mejor para toda la humanidad.

Esto tiene que ver precisamente con el abogar por una unión transnacional y global entre las instituciones.

En consideración con aquello de «construir pueblo» (dictamen muy típico de izquierdistas y socialistas de todos los partidos), habría simplemente que decir que el discurso de Francisco I va en perfecta sincronía precisamente con las agendas planetarias como las del 2030 de la ONU y el «Gran Reseteo» del World Economic Forum[4].

Y como sus directrices se encuentran con las grandes tendencias globales y globalistas, por ello la idea es reducirnos a una condición de dependencia y servidumbre –la situación del COVID-19 ha sido perfecta para llenarnos de miedo y justificar más intervenciones arbitrarias sobre nuestras vidas y propiedades–; alejados de los que representan y ejercen el poder «en y por el bien de la humanidad».

Y así, acabó mencionando que busca abogar por que la gente tenga techotierra y trabajo («techo, tierra y trabajo, las tres “T” que nos ungen dignos»), y destacó que «Luchando, en suma, contra quienes niegan los derechos sociales y laborales. Luchando contra esa cultura que lleva a usar a los demás, a esclavizar a los demás, y termina en quitar la dignidad de los demás. No olviden que la solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia»; cierra recordando que además la doctrina cristiana en ningún momento concibe a la propiedad privada como elemental (como si la noción de propiedad privada, al menos para lo que hoy es Occidente, no fuese previa al cristianismo[5]).

Y así, fiel a la «Doctrina Social de la Iglesia», para él y los que le siguen, la propiedad privada tiene una «función social», declarando que la propiedad privada no puede ser ni absoluta ni intocable.

Una vez más, el Papa Francisco parece pasar por alto que los derechos individuales en las diferentes esferas como la laboral, deben proteger y defender la propiedad privada de las personas en tanto que sean sujetos morales libres y facultados para decidir por sí mismos; la esclavitud que menciona es una consecuencia de haber socavado directamente los derechos y las libertades más básicas de un ser humano (su autopropiedad y su libertad, enajenando su vida a otro por completo).

Y si la propiedad privada no queremos tratarla como un absoluto, al menos si puede sentenciarse, sin temor a equívocos, que puede omitirse su existencia, pero no las consecuencias de ignorar el hecho de que «está ahí» como una precondición elemental.

Al final, que sea el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila –él sí, un auténtico católico– quien de manera tajante le responda a Francisco I con algunos de sus escolios. Pues, «cuando definen la propiedad como función social, la confiscación se avecina; cuando definen el trabajo como función social, la esclavitud se acerca», Gómez Dávila sabía lo que pasaba cuando se le ponen apellidos como el de «social» a la cosas; la dignidad del sujeto moral queda relegada, pasa a ser secundaria como Francisco I dice. Igualmente, «cuando se deje de luchar por la posesión de la propiedad privada se luchará por el usufructo de la propiedad colectiva».

Habría que recordarle a Francisco I, siguiendo al ilustre colombiano –que adopta, a la vista ésta, cierta dialéctica–, que «Los partidarios que aún le quedan a la libertad en nuestro tiempo suelen olvidar que cierta trivial y vieja tesis burguesa es la evidencia misma: la condición sine qua non de la libertad, tanto para proletarios como para propietarios, es la existencia de la propiedad privada. Defensa directa de la libertad de los unos; defensa indirecta de la libertad de los otros»… Francisco I como propietario debería saberlo mejor que nadie.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Gómez Dávila, N. (2001). Escolios a un texto implícito – Selección (1ª ed.). Bogotá, Colombia: Villegas editores.

Hoppe, H-H. (2013 [1993]). Economía y ética de la propiedad privada: Estudios de Economía Política y Filosofía (1ª ed.). (J. A. Soler, Ed., & J. L. Rincón, Trans.) Madrid, España: Editorial Innisfree.

Pipes, R. (2002 [1999]). Propiedad y libertad: Dos conceptos inseparables a lo largo de la historia (1ª ed., Vol. 5). (J. de Diego, Trans.) CDMX, México: Turner Libros.

Rallo, J. R. (2019). Liberalismo: Los 10 principios básicos del orden político liberal (1ª ed.). Barcelona, España: Ediciones Deusto.


NOTAS:

[1] No hay que confundir la propiedad privada con la riqueza; la segunda puede (o no) ser proporcionada gracias a la primera; la riqueza, en términos económicos, varía según la capacidad de productividad de una sociedad: de grupos de individuos; pero la riqueza no solamente es material, sino también espiritual; en nuestras sociedades modernas, parece que se ha vuelto un valor en sí misma, pero ¿tiene que ser esto necesariamente así? (véase por ejemplo: Dworkin, R. (1980). Is wealth a value? En el Journal of legal studies).

[2] En el Capítulo 4to del libro Liberalismo: Los 10 principios básicos del orden político liberal (2019), del economista español Juan Ramón Rallo; se discuten con más detalle las cuestiones que atañen a la propiedad privada, como su objeto y origen; la propiedad comunal y la dificultad de un reparto igualitario; la función, los límites del derecho de propiedad, la disputas que genera y, por supuesto, cómo se adquiere la propiedad y su relación estrechísima con la libertad personal dentro de un orden político que se presume liberal. En esta contestación simplemente destaco los aspectos que considero más básicos y fundamentales, de manera tal que omitirlos y pretender negarlos es contradictorio y peligroso para nuestro derechos.

[3] Hans-Hermann Hoppe: economista, sociólogo y filósofo político; desarrolla en el Capítulo No. 13 de Economía y ética de la propiedad privada: Estudios de Economía Política y Filosofía (2013 [1993]), titulado Sobre la Justificación Definitiva de la Ética de la Propiedad Privada; el «a prioride la argumentación» o «el argumento del argumento» que, de forma muy breve, consiste en que: 1) la justificación de las normas es una justificación proposicional y argumentativa; y 2) esa argumentación presupone la propiedad sobre uno mismo y sobre aquellos bienes escasos de los que uno se apropie originalmente, contrate o se le transfiera pacíficamente. Así, con esto, 3) ninguna desviación de esta norma puede ser justificada en el curso de una argumentación racional:

Además, sería igualmente imposible sostener la argumentación durante un período de tiempo dado y confiar en la fuerza proposicional de los argumentos propios si a uno no se le permitiese apropiarse, además, de su propio cuerpo, de otros recursos escasos mediante la apropiación originaria (usándolos antes de que nadie más lo haga), y si tales medios, y los derechos exclusivos de control sobre los mismos no estuviesen definidos a partir de términos físicos y objetivos. Pues si nadie tuviese derecho a controlar nada en absoluto, salvo su propio cuerpo, simplemente todos dejaríamos de existir y el problema de justificar normas también dejaría de existir. Por lo tanto, ya por el mero hecho de estar vivos, los derechos de propiedad sobre otras cosas deben presuponerse como válidos. Nadie que esté vivo podría argumentar lo contrario.” (págs. 345-346)

Con esto, negar la propiedad privada sería caer en una «contradicción performativa», en palabras de Hoppe, ya que el mero hecho de posicionarse espaciotemporalmente para enunciar un argumento contra la misma, uno implícitamente asume la validez de la propiedad privada con las mismas palabras con las que la quiere negar. «Uno nunca podría actuar y proponer nada, salvo si los derechos de propiedad existiesen antes de sus consecuencias posteriores» (Hoppe (2013 [1993]), pág. 347).

[4] Sobre la agenda 2030 de la ONU y sus directrices para América Latina y el Caribe véase aquí; y sobre el «Gran Reseteo» o «Gran Reinicio», véase acá. Esta gente explica la transición que quieren hacer, las ciudades «inteligentes» del futuro, los acuerdos que deben establecer los gobiernos y las reformas que deben llevarse a cabo. También está en los libros del precursor de todo esto, que es Klaus Schwab, el tecnócrata en el directorio del Foro Económico Mundial, como son La cuarta revolución industrial, y Covid-19: The Great Reset, junto a Thierry Malleret. Esto cuanto menos, nos tiene que alertar y llevar a ser muy críticos con estas propuestas unidireccionales y universales.

[5] Si al lector le interesa, véase el libro Propiedad y libertad: Dos conceptos inseparables a los largo de la historia del historiador Richard Pipes (2002 [1999]); que haciendo también un repaso desde la antigüedad clásica, toma como ejemplo a Inglaterra y Rusia y, en clave ética y filosófica, explica las distintas maneras en que éstas han entendido la propiedad privada y la libertad como conceptos fundamentales, y así revelar sus vínculos. El libro es rebosante en datos y hechos históricos: «Es un recorrido fascinante y enriquecedor a lo largo de la historia de la lucha del ser humano por hacer valer su individualismo y, al mismo tiempo, integrarse plenamente en una sociedad» (tomado del comentario al libro).

David Santa
David Santa

antropólogo y psicólogo en formación. De tendencia liberal y humanista. Comprometido de manera desinteresado con la verdad y el conocimiento

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